
Mi tercer año consecutivo en Seminci y en Valladolid me ha dejado, como siempre, el buen sabor de boca que deja el Ribera del Duero. Llegué a la capital castellano-leonesa el jueves a la hora del aperitivo, donde Gizmo Pucela, uno de los personajes estrella de la ciudad (detrás de ese pseudónimo también hay un pedazo de tío con un gran corazón y un talentazo de escritor), que me recibió con los brazos abiertos y las copas llenas, y me propuso probar unas deliciosas carrilleras en Nuestro Bar.

Más tiernas que el día de la madre.
En plena polémica por la declaración como cancerígena de la carne roja, decidimos completar la comida con sendas raciones de rabo de toro en Los Zagales, uno de los restaurantes más recomendables de una ciudad en la que casi todo es recomendable.

Me ahorro los chistes, ¡mentes sucias!
Después de amenizar la sobremesa con unos gintonics, acudimos a la gala del ciclo «Cine y Vino» de Seminci que tenía lugar en el LAVA. Una mesa redonda en la que se comparó ambos placeres, mucho más próximos de lo que podríamos pensar a primera vista.

Después de la gala, pensamos que una cena ligerita sería mejor digerida, así que nos dirigimos hacia Estación Gourmet, un espacio cercano a la estación en el que, a la manera del madrileño Mercado de San Miguel, se han habilitado diferentes opciones gastronómicas en un ambiente moderno (sí, de ese estilo hipster tan de moda), y allí probamos las croquetas de rabo de toro y las de boletus y trufa de La Croquetería Gourmet de Alberto Soto, un puesto en el que podéis encontrar una variedad impresionante de estas pequeñas delicias tan españolas.

Crujientes y doraditas por fuera, y con una bechamel suave y llena de sabor en el interior.
El viernes por la mañana tocó peli en los Brodway. Dentro del ciclo dedicado a Finlandia, como país invitado al festival, pude ver «Open Up To Me», un interesante drama sobre la transexualidad (y algunos otros aspectos sobre la sexualidad humana) totalmente alejado del folcrosismo con se suele abordar el tema en otros lares. Una historia emotiva que demuestra que todos somos muy parecidos a pesar de nuestras obvias diferencias.

De vuelta al centro, tuve la oportunidad de ver la exposición «Iconos del Cine» de Sam Levy en la Sala Municipal de Exposiciones de las Fracesas. Setenta fotografías en las que los mayores iconos del cine, de Ingrid Bergman a Brigitte Bardot, exhiben su belleza casi inhumana desde un tratamiento de la luz «caravagiesco». Una auténtica gozada y muy recomendable.

Los vallisoletanos son así: convierten su legado religioso arquitectónico en salas de exposiciones.
Para el vino previo a la comida, un clásico pucelano: La Solana, un local de esos de toda la vida con decoración tipical Spanish, donde acompañamos el vino con un torrezno (eso como lo conozcan los americanos, a Homer Simpson lo tenemos infartao en dos temporadas).


Para comer Guizmo escoge un asturiano, «Chigre» donde nos apretamos con ganas unos solomillos al cabrales y un secreto ibérico. Todo aderezado por supuesto con buen vino, como es de ley. Me temo que me bebí el vino antes de hacer las fotos…
Por la tarde otra película, esta vez una española, «El país del miedo», dentro del ciclo de Cine Español. Es una producción extremeña que incide en las consecuencias del miedo, como actitud paralizante. A pesar de la buena interpretación de su actor protagonista, José Luis García Pérez, la historia está bastante lastrada por un metraje en mi opinión excesivo y redundante y por la propia actitud del personaje principal, abofeteable en grado sumo.

Por la noche en lugar de cine tocó teatro. El estreno de «Sesión de medianoche», un texto de Elena Pizarro, en la LaBienPagá Espacio Escénico, donde me harté de reír con estas tres locas maravillosas (la propia Elena Pizarro, Eva Valdespino y Anahi Santos).

Tres amigas se vuelven a reunir después de muchos años sin verse en un viejo caserón en una noche de tormenta. Greta, la anfitriona, es una hippy loca perdida que empezará a comportarse de forma extraña para estupor de sus dos amigas; Sonsoles, una maruja y madre con blog de cocina y Luci, una de esas mujeres emprendedoras y hecha a sí misma. Diálogos chispeantes y muy actuales aderezados de morcillas descacharrantes y tres actrices que no pueden ser más naturales para una función divertidísima.

Después, unas cervezas y buena charla sobre cine y «películas bonitas» (hay que decirlo más) con la encantadora y talentosa Bea Hérnandez, locutora de radio y presentadora de la televisión de Castilla y León y con otro par de clásicos de Pucela: Marta y Luis. Buena gente donde la haya. Ya de madrugada, muchas risas con los hermanos Pizarro y su troupe.
El sábado por la mañana y de nuevo en los Broadway tocó una francesa: «Olivier, Olivier». Dentro del ciclo Femenino Singular, esta película de Agnieszka Holland de 1992 ya la conocía, aunque no la había visto entera. Es curioso porque había visto parte en Canal + en mi juventud, y la recordaba porque uno de los protagonistas se parecía bastante a un chico que me gustaba en aquel entonces. Como veis, un criterio muy cinematográfico.

Basada en hechos reales, narra la desaparición de un niño en una aldea francesa y su reaparición años después como un chapero adolescente. En principio parece un argumento truculento y propio de gustarle a mi madre, pero la película tiene un punto de realismo mágico que me gustó mucho. También me gustaron las interpretaciones, tanto las de los adolescentes, como las de los padres, típicos histéricos franceses (en serio, ¿qué pasa en el Hexágono que están todos como cabras?).
Tuve un rato para pasarme por la calle de la Pasión (me super encanta, aunque sé que se refieren a la de Cristo y no a la otra…) para ver la exposición ‘SEMINCI: Una historia de cine (1956-2015)’ en la que se podía ver un recorrido por la historia del festival.
Para quitar la sed que dan los paseos, más vino de la tierra con un pincho de anchoa en La Tahona que no tiene nada que envidiar a los que he probado en el norte.

La combinación de boquerón, tomate seco y queso crema en el pan tostadito no puede ser más brutal.
Para comer volvemos a Los Zagales para probar otro par de pinchos premiados: la hamburguesa de lechazo y el Tigretostón, un trampantojo con forma de pastelito pero que tiene una sorprendente mezcla de texturas y sabores. No os desvelo de qué está hecho porque sería un spolier y la verdad es que merece la pena probarlo sin saber qué nos espera. Es una delicia culinaria de altísimo nivel. Tuve la suerte de poder felicitar a Toño, el chef de Los Zagales, en persona. Es un tipo de lo más afable que se ha formado con Ferrán Adriá y practica con soltura las técnicas más modernas sin perder la esencia de la tradición culinaria de la tierra.

Tras una siestecita porque una es humana, me preparo para la Gala, a la que me acompañará el insigne Chuchi: un señor al que deberían fabricar en serie para que todas las mujeres pudiéramos tener uno. Un honor contarle entre mis amigos. En la gala y desde el palco, sesión fotográfica para que todo quede documentado.

Presentada por Mara Torres y Melina Mathews (esta chica está abonada a los Festivales, porque también presentó en Sitges…) y amenizada con música de la pianista y cantante Cloe Bosco, la gala fue ágil y nada aburrida. Lo único que eché en falta es que en las pantallas se mantuvieran los nombres de los galardonados y sus películas (hay un montón de premios distintos y al final uno se hace un poco un lío). Más que nada para no tener que tener abierta una web con el Palmarés.

La Espiga de Oro fue para la islandesa «Rams (El Valle de los Carneros)» y su productor, un tío muy majete, se marcó un discurso en español muy divertido sobre las mutuas exportaciones de bacalao y vino. La espiga de plata recayó en «Mustang», una peli sobre la situación de la mujer en Turquía con unas muchachas muy en plan «Las vírgenes suicidas», pero con más razones para la rebeldía.
El momento hiper glamour de la noche lo puso Madame Binoche, con toda la clase de una gran estrella.

Después de la gala, unas rondas más de vinos y pinchos, en particular os recomiendo los «Miguelitos» del Jabuguito. Bueno, en realidad el sitio se llama oficialmente «Sarmiento». Unas deliciosas tostas de virutas de lacón y jamón (pero virutas en abundancia, no esos suspiros que te ponen en algunos sitios) con deliciosa salsa holandesa. No hay foto, pero es que la conversación estaba muy interesante y una no puede estar al sesgo de atribución disposicional y a las tajás…
El domingo era el día de vuelta, pero antes de coger el tren a Madrid, hubo tiempo de tomar un café con mi compañera de taxi, la actriz Ana Otero, que había presentado un premio durante la gala. Una mujer estupenda a la que le deseo la mejor de las suertes en sus próximos proyectos.
En fin, un año más una experiencia enriquecedora de la que me considero afortunada de haber podido disfrutar. Gracias desde aquí a Javier Angulo, director de Seminci, a la Sociedad Mixta para la Promoción del Turismo en Valladolid, a Guizmo Pucela y su equipo y a todos los amigos que me reciben con tanta hospitalidad en esa ciudad maravillosa a la que espero volver pronto y llevar a toda la gente que pueda, porque ciertas cosas se han de compartir.
¡Hasta siempre, Valladolid! (Hasta mayo, sin ir más lejos…)
