Toy Story 3: Hay un amigo en mí
27 julio, 2010 6 comentarios
Toy Story 2 me pareció sin duda un peliculón lleno de acción, complejidad emocional y referencias metacinéfilas, un autentico goce para nuestros sentidos hastiados de tanta mediocridad y refritos copypastianos. Algo parecido puedo decir de Monstruos S.A. o de WALL-E. Y sin embargo en ninguna sentí esa sensación de «punto de inflexión» que tuve con la primera historia de juguetes y que pensé que no se repetiría más.
Pero el verano pasado «Up» rompió todas las barreras demostrando ser no sólo una gran película de animación sino una gran película a secas. Un clásico instantáneo capaz de divertir, conmover, remover… Su candidatura al Oscar a Mejor Película del año no me sorprendió (bueno, sí me sorprendió porque los de la Academia últimamente están a uvas, pero me pareció merecidísima) ya que desde mi punto de vista el periplo del anciano Sr. Fredriksen en busca de su sueño está a la altura de «Eva al desnudo» o «El apartamento», por citar sólo algunos títulos de clásicos no tan obvios.
Esta noche lo he vuelto a sentir. «Toy Story 3″ no es un peli de animación (bueno, sí, pero eso es anecdótico, a no ser que queráis hablar de polígonos, texturas, captura de movimientos, integración, etc. cosa que desde luego yo no haré por ignorancia) sino que es cine en su acepción más artística, es decir, una obra que, siendo comercial en el sentido de que llega al público por su capacidad de entretenimiento y emoción, es de autor por su individualidad y sentido ético y estético.
Es el Sturges más aventurero y épico de «La gran evasión», el Cameron más espectacular de «Terminator 2″ o «Titanic» o el Ford más oscuro de «Centauros del Desierto». Todo ello con el sentido del humor al que Pixar nos tiene ya tan acostumbrados, que tenemos que obligarnos a sorprendernos de sus hallazgos tanto verbales como visuales, cuando son en verdad geniales.
«Toy Story« siempre ha sido una historia sobre la amistad. Y sobre cómo los amigos son la familia. Pero ahora da una vuelta de tuerca más y nos demuestra que, donde están tus amigos y tu familia, allí está tu hogar. Y en mi opinión desmonta la manida frase que dice que «todos morimos solos», porque si tienes a alguien que te coja la mano y te mire a los ojos cuando todo se derrumba a tu alrededor, entonces «you will never walk alone«.
Esos juguetes nos ofrecen una lección de lo que realmente significa el trabajo en equipo en estos tiempos de vacíos slogans motivacionales que en apariencia quieren romper con el individualismo imperante en décadas pasadas pero que en realidad no son más que hipócritas caretas que ocultan a los mismos yuppis de mierda que nos gobernaban (o gobernaban nuestro dinero) entonces.
La universitaria desorientada de 1995 es hoy una madre y esposa (suena a Doris Day preparándole un Dry Martini a su marido a la vuelta del trabajo, pero no es más que una palabra y el concepto sigue siendo válido) con independencia económica de 36 años, pero igualmente desorientada. Algo hemos madurado en estos años, pero seguimos manteniendo la inquietud y la necesidad de emocionarnos. Lo mismo que «Toy Story«, cuya trama es más adulta y sus personajes más complejos y realistas en sus reacciones (ya quisieran muchos actores llegar a los niveles de interpretación que podemos disfrutar en este film), pero sigue manteniendo su esencia: la diversión por encima de todo. Y ese consejo que Lassiter recibió en Disney y que nunca falla: por cada risa, una lágrima. Y si no puedes evitar reír aunque tengas los ojos llenos de lágrimas, es que la peli es de las buenas!
Lo único negativo que le encuentro a esta nueva trilogía clásica es que se acaba aquí. Que no volveremos a vivir una nueva aventura con Woody y Buzz. Pixar sin duda nos traerá nuevas obras maestras, pero siempre es duro despedirse de los amigos, porque sabes que, allá donde se encuentren, siempre tendrás un trocito de tu hogar.
«A los amigos que están lejos, ya sea física o emocionalmente.»