Monidala en la Ópera
Sí amigos, en un alarde de sibaritismo cultural y exclusividad sin precedentes en nuestras proletarias existencias, hemos estado en el Real «disfrutando» del bel canto. Dejadme que os cuente porque la cosa tiene guasa…
Andaba yo desde antiguo queriendo ir alguna vez a la Ópera que, aunque no estoy muy puesta, sí sé que la música de «La Traviata» me embriaga (el que entienda de historias de «perdidas» pillará la referencia) y disfruto como la que más de una buena opereta española (zarzuela para los amigos). Por un razón (pereza) u otra (pensar que el tema resulta más caro que un Birkin), nunca había hecho un intento serio de comprar entradas, pero una de esas mañanas en las que me sentía especialmente osada, me metí en la página del Teatro Real.
Confirmadas mis sospechas de que las entradas «buenas» cuestan la friolera de 164 eurípides del ala (294 si eres tan chulito como para querer ver la obra el día de su estreno), también quedo gratamente sorprendida cuando veo que, en función del tipo de localidad, las entradas van bajando de precio hasta unos más que asequibles 6 €. Y me digo: «Monidala (sí, yo ya hablo de mí en tercera persona como los chalaos, pero sólo cuando redacto para el blog, porque entro como en un trance ridículo y después me quedo como si tal cosa conservando mi dignidad y todo), a ver si por 6 € no vas a ir tú a la ópera, ¡faltaría más!».
Me pongo manos a la obra y decido que voy a probar suerte con «The Turn of the Screw» («Otra vuelta de tuerca», compuesta en 1954 por Benjamin Britten y con libreto de Myfanwy Piper), que era la próxima en la programación, es en inglés, y además basada en la conocida obra de Henry James que casualmente había leído este verano. Como quería ir en un día no laborable, resulta que entradas baratas quedaban pocas, y como no conozco el teatro le pido al sistema de reservas (a través de una opción habilitada al efecto, que todavía mis superpoderes, aunque no os lo creáis, no alcanzan a la comunicación mente-máquina) que escoja por mí las mejores localidades disponibles. En fiándome de la maquinola, las adquiero sin remilgos haciendo uso de mi maltrecha tarjeta de crédito.
Cuando por fin sale la descripción de la opción elegida (una vez realizada la compra), leo lo siguiente: Pupitre de Tribuna Extremo (lo de «tribuna» no suena mal, pero lo de «extremo» no auguraba nada bueno y sobre lo de «pupitre» no sabía ni qué pensar) y para rematar la jugada, el detalle añadía esta frase desasosegante hasta la paranoia: Visibilidad muy reducida o nula… (WTF??).
Entonces me percato de que hay un botoncico que te permite comprobar la visibilidad virtual de tu butaca, cosa que la gente de mundo suele hacer antes de adquirir las entradas y no cuando ya las has pagado (y sin haberme dado cuenta de la hijoputesca leyenda de «No se admiten devoluciones»), incluyendo los abusivos gastos de gestión (vamos, que al final la broma me salío por 17 €) y supuestamente para ver esto:
No me digáis que no es para llamar a los responsables del Teatro (y hasta a la Ministra de Cultura si se tercia) descendientes bastardos de las meretrices de Babilonia...
Imaginaos mi decepción al pensar que iba a ver la ópera sólo por el ángulo superior izquierdo del escenario, y a algo así como a 13.000 metros de altura (que ya me empezaba a preguntar si la silla -porque no era ni una butaca- tendría cabina de despresurizacion). Y lo que faltaba para el duro: mi acompañante no iba a ser otro que el insigne y «sufrido» Hombre Tecnológico; sí, ese ser humano que en las exposiciones de arte contemporáneo se queda mirando las piezas con una cara mezcla de incredulidad e impaciencia para afirmar: «Pues yo a esto no le pillo el hilo….».
Investigando un poco descubro que, efectivamente, al restaurar el Teatro sobre el edificio existente, se tuvieron que mantener las localidades con visibilidad reducida que tenía en su versión original, y que para mi sorpresa, no son pocas. Entre eso, y que hay abonados de por vida que tienen derecho privilegiado a adquirir entradas en cada representación, resulta que quedan muy pocas opciones para que el común de los corrientes disfrute de la música clásica, al menos en la Plaza de Oriente.
Nosotros viendo la ópera en escorzo y el palco real vacío: ¡Un desalojo, otra okupación!
Estuve a punto de no acudir a la función, pero dijimos que bueno, que a lo mejor merecía la pena «escuchar» y si nos rayábamos de no ver nada, nos iríamos en el descanso. Entramos en el Teatro y la verdad es que es precioso y muy espectacular. Empezamos a subir y subir escaleras hasta llegar a la cuarta planta, y una vez allí, todavía tuvimos que subir más hasta nuestros maravillosos Pupitres de Tribuna Extrema. Entonces lo entendimos: resulta que los asientos son como los de la Facultad (pero en versión mullida) y tienen una mesita para coger apuntes, y hasta una lamparita hay, que la descubrimos por un listillo que llegó y la encendió y todavía no sé para qué. Se ve que son entradas para estudiantes (y añado: incautos sin experiencia o jubilados con poca paga, que éramos las categorías que allí habíamos).
Menos mal que al sentarnos descubrimos que la vista virtual que os he mostrado era lo que se veía recostado en el asiento, pero que si te inclinabas sobre el pupitre (dejando la zona lumbar expuesta a los depredadores), se veía bastante más trozo de escenario, algo así como hasta la mitad. Además es cierto que hay unas pantallas desde las que se puede ver también la obra y los subtítulos se leían perfectamente. Cuando muy puntualmente se apagaron las luces, y como no se habían llenado el resto de asientos, pudimos «mejorar» sentándonos más centrado y al final se puede decir que «vimos» la ópera, aunque era digno de ver como todo el mundo se inclinaba tanto para poder tener más perspectiva del escenario que parecía que algunos se iban a caer al patio de butacas…
Por lo que respecta a «The Turn of the Screw», no es como para hacer afición (vamos, que no es «La Revoltosa», precisamente…): para empezar es una ópera de cámara, es decir, que está interpretada por menos músicos que una tradicional, lo que la hace menos espectacular; además, la obra de la que procede es bastante oscura (bueno, ya sabéis, es una historia victoriana de fantasmas…) y la composición musical también va en esa onda; sólo tiene seis personajes (aunque uno de ellos es un niño y eso me pareció interesante); y la escenografía era bastante escueta: una cama, una mesa, un escritorio, un caballo de juguete que iban siendo trasladados por el escenario en función de las necesidades por los figurantes.
Las institutrices victorianas tenían todas un rictus como de virgen y los niños les cantaban «a la lima y al limón, te vas a quedar soltera».
La ópera es tan o más inquietante que la novela, y juega a la ambigüedad como su predecesora: para los que no la conozcáis, no es ningún spoiler decir que se trata de la historia de una institutriz (cuyo nombre no se menciona en toda la obra) que entra a trabajar en la mansión de Bly donde tiene a su cargo a dos niños huérfanos (Miles y Flora) cuyo tutor la contrató, aunque él no habita en la casa. Todo es idílico ya que los niños son encantadores, hasta que la institutriz comienza a presenciar las apariciones de dos antiguos sirvientes de la casa, nada raro si no fuera porque están ya fallecidos.

Aquí Quint, el fantasma de Bly y un molesta niños sin remedio, aquí unos lectores de blog.
La ambigüedad se da en dos vertientes: en si las apariciones son reales o fruto de la imaginación de la institutriz (aunque si en el obra original sólo escuchamos «la voz» de la protagonista, en la ópera también cantan los fantasmas) y en el pasado turbio de los criados muertos y su perturbadora relación con los niños (al no especificarse nada claramente, hace que nos pongamos en lo peor…)
La srta. Jessel, antigua institutriz, alma en pena por no morirse virgen como está mandado.
El final es verdaderamente emocionante y los cantantes (sobre todo la protagonista) fueron muy aplaudidos (hasta «bravo» gritaban algunos…).
Conclusión: Que pienso volver a ver algo más típico, por ejemplo «Tosca», que también está programada, pero cogeré (si puedo) asientos más centrados aunque sea más caro. Ante esto el Hombre Tecnológico exclamó: ¡Conmigo no cuentes!
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Muy buen relato sobre la compra de entradas!!!! lo tendré en cuenta -sobre todo lo del botón de comprobar visibilidad- para cuando -¿cuándo?- me anime a ir!
XD Parece mentira, pero casi cualquier cosa puede ser el punto de partida para un relato de horror!!! Anímate, hay que verlo ¿todo? por lo menos una vez…
He visto varias, y con la suerte de que una de ellas la pude ver en el Real y en un sitio no demasiado malo (uno de los espadachines que salían era amigo mío y me pudo conseguir una entrada para un ensayo general; ¡hasta esas están bien cotizadas! sólo pudo conseguir una y gracias!) Lo que pasa es que, de un tiempo a esta parte, aparte de mi reflejo cantando en la ducha, nada de nada. Canto con mucha pasión, por otra parte.
Así que fuiste un enchufado del Espadachín Número 3, eh? Jajaja, nosotros ya sabes que siempre seremos fanses de todo lo que hagas, así que si te da por cantar, hasta nos compraremos tus discos y ni nos los bajaremos del Emule ni nada…