Black Swan, Darren Aronofsky (2010)

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¿No habéis sentido alguna vez un escalofrío al miraros a un espejo e intuir fugazmente que el reflejo que este os devolvía era el de la más oscura versión de vosotros mismos?
Claro, nos pasa a todos, eso sin necesidad de padecer un trastorno de personalidad disociativo…
“Black Swan” ha unido esto al sectario y extremo universo del ballet, un entorno donde sólo caben la más férrea disciplina, un estricto régimen alimenticio, la rivalidad más absoluta; un sitio donde el dolor extremo indica que lo estás haciendo bien. Una carrera en la que a los 30 estás acabado y ni aún entonces (y como diría la antítesis del clásico, mi idolatrada Briget Jones) te puedes sacar el palo que te metieron en el culo a los 4 años. Y, no lo olvidemos, un lugar lleno de espejos…
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Y en este territorio la pobre Nina (Natalie Portman), joven delicada y frágil (encarnación perfecta de Odette) y única hija de una madre soltera (Barbara Hershey) y sobreprotectora que proyecta en ella todas sus frustraciones, ha de enfrentarse principalmente a sí misma para poder desdoblarse en su reverso tenebroso y sensual y conseguir así ser, a la vez, el cisne negro (todo ello en una incesante y autodestructiva búsqueda de la perfección).
En su camino se cruzará, en la doble forma de obstáculo y ayuda, con Lily, el paradigma de Odile (Mila Kunis) y deberá lidiar con las exigencias del director de la compañía, el intimidante (¿no lo son todos los profesores de ballet? Todavía me pongo en primera posición cuando pienso en la mía…) Thomas Leroy (Vincent Cassel, al que admiro aunque sólo sea porque para ir a trabajar se tiene que separar de la Bellucci, y el tío va y lo hace…), que desde luego tiene mucho más de Rothbart que de Sigfrido.
Ah, y no nos olvidemos de Beth MacIntyre (me he alegrado de verte, Winona), un papel pequeño pero determinante, como reflejo ¿vivo? del “siempre hay otra más joven y guapa bajando detrás de ti la escalera”, frase que podía haber dicho la Bette Davis (o lo que es lo mismo, Margot Chaning) de “All about Eve”, pero que la dijo la Gena Gerson de “Showgirls” (si me equivoco me corriges, Susan, que es que es muy temprano…).
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Aronofsky ha creado una de sus pesadillas habituales en las que la forma se adapta al fondo y, muy a la manera de Polansky en “Repulsión”, nos obliga a sufrir los tormentos de la protagonista de una forma casi física introduciéndonos en un mundo de terror psicológico incómodo y terriblemente inquietante, aunque visualmente precioso. Y es esa belleza lo que la hace más perturbadora, casi hipnótica.
Gran parte de su encanto radica en la belleza exquisita de Portman, capturada por el director casi siempre en primer plano (no sé hasta que punto por las obvias necesidades técnicas, por las dramáticas o por el enamoramiento de Aronofsky por esa piel translúcida, esos rasgos perfectos y ese estilizado cuello de auténtica bailarina) y en una interpretación sorprendente, al estar acostumbrados a sus papeles de jovencita precoz y lenguaraz (aunque en “Closer” ya dio muestras de esa fragilidad que aquí se ha desbordado). El caso es que este es el papel en el que me ha parecido más niña y desamparada, estando como está cerca de la treintena.
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Tampoco desmerece la exótica belleza (ni la interpretación) de la ucraniana Mila Kunis (por cierto que me he quedado de piedra al descubrir que es la voz de Meg Griffin en “Family Guy”, así que a partir de ahora, en versión original…) que personaliza la sensualidad y la desinhibición más perversa (sólo por su pas de deux con la Portman ya merece todos mis respetos).
Con la excusa de que anoche la vi en versión original sin subtítulos, y por si me he perdido algo crucial en la historia, la volveré a ver en breve. En realidad sólo un ligero temor a quedar demasiado atrapada en su insana irrealidad evitó que volviera a dar al play al terminar los títulos de crédito.
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