No, no me había olvidado del sorteo…
20 mayo, 2011 11 comentarios
Cine y otras adicciones crónicas
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Resulta que va a hacer 20 años que tengo derecho al voto. Y en este tiempo, lo he ejercido en todas las ocasiones excepto en unas municipales y autonómicas (reconozco que estaba de resaca aquel día, sí, es que yo fui joven una vez…), aunque también os digo que el próximo domingo habría renunciado a él por ver a amigos a los que parece que el destino no está por la labor de acercarme.
He votado en blanco en dos ocasiones: hastiada de que todos parecieran los mismos perros con el mismo collar (y os juro que, a pesar de ser licenciada en Derecho, la gente hasta me hacía dudar de si mis votos iban a ir a parar al partido político que obtuviera la mayoría, de tan emperrados como estaban en que ERA ASÍ. Sí, es que en este país todo el mundo sabe mucho de política: en los bares.
Jamás he introducido en un sobre una papeleta del PSOE ni del PP, ni de CIU (y lo digo con orgullo, aunque desde luego el que lo haya hecho estaba en su derecho; pero “de mis manos frías y muertas”…). Siempre he votado a un partido de izquierdas, pero de las de verdad (de esos que llaman y se llaman “comunistas”, aunque la mera palabra suene a añeja y de urticaria). De los que casualmente llevaban en su programa muchas de las reivindicaciones que ahora están pidiendo los manifestantes de Sol (y he tenido que escuchar cosas como “esa gente no tiene programa”, “todo eso son utopías inalcanzables” y lo mejor “yo les votaría pero es que no van a ganar”).
Me duele la boca de explicar que ganar las elecciones no es la única manera de hacer cosas que cambien el país y la manera de gobernarlo (menos mal que nacionalistas vascos y catalanes nos lo llevan enseñando desde el origen de la democracia, porque sino…).
Me considero una persona de izquierdas por creencia pero además porque tener esa ideología es una esas cosas que he heredado de mi familia y que he mamado. He arengado, he arrastrado a gente a colegios electorales aún a sabiendas de que iban a votar a partidos de derechas, sólo porque creía necesario acabar con la apatía de muchos amigos que pasaban del tema.
Me manifesté contra Bush padre en la primera guerra de Irak y contra Bush hijo en la segunda (y por extensión contra nuestros gobiernos de entonces que les rendían pleitesía, OTAN mediante). Gritamos ¡no a la guerra! hasta que nos dolió el alma: Nadie nos escuchó. Ahora me dicen que va a ser distinto porque esto nos afecta a nosotros: pues me jode que nos importe más nuestro estado del bienestar que la puta vida de otros sólo porque no los conocemos… Joder qué solidarios somos!
He estado a punto de afiliarme al partido en varias ocasiones. Reconozco que me ha podido la pereza y que me repatea que una ley electoral injusta diluya los votos de miles de personas y convierta nuestras papeletas en papel mojado: está claro que mi voto vale menos, pero eso no me ha frenado a seguir haciendo que vaya a parar a una urna (este año lo podré meter yo, qué cosas…).
Fui una de las pocas gilipollas que fueron a la huelga del 29 de septiembre. No porque lo dijeran los sindicatos, ni por fastidiar a ningún partido: porque creía que era justo. Porque la reforma laboral del gobierno me parece un paso a atrás en el avance por los derechos de los trabajadores. Justo lo que yo soy. Lo que mi familia es. Lo que son mis vecinos. El jefe del jefe de mi jefe de entonces (cargo gordo donde los haya) me pilló por banda en un pasillo de la empresa y me dijo al oído: “¿Es verdad que vas a hacer huelga? Si es que eres una roja…” Luego me dio un abrazo. La vida es así…
Pues ahora resulta que yo, esa roja (roja de mierda para algunos), me he convertido en sospechosa de fascismo. Y todo por tener lo que yo considero un sanísimo escepticismo ante un movimiento cuyo momento y lugar me parecen sospechosos (y me lo parecen sin haber visto Veo7, ni Intereconomía y habiendo estado bastante apartada de Twitter y otros medios de comunicación en los últimos días: es MI opinión, algo que parece escaso en estos tiempos).
Me parece absolutamente maravilloso que la gente se manifieste (hasta cuando el Foro de la Familia reivindica lo que ellos consideran verdadero y aunque yo esté infinitamente en contra, están ejerciendo un derecho constitucional y elevando sus voces y eso es la democracia) y me encantaría que detrás de todo ello no haya sino el interés más puro por mejorar un sistema que está podrido hasta la médula. Pero ¿no tengo el derecho a mantener cierta frialdad y no entregarles mi alma política hasta no ver que la cosa es auténtica y que no se va a desvanecer cuando los barrenderos se lleven los restos de la resaca electoral?
Muchas de las reivindicaciones que tienen se podría estar ya en fase de obtenerlas (otras creo que son absolutamente imposibles porque por suerte este país no es una isla caribeña aislada del mundo que le rodea y la sombra del capitalismo es alargada: y qué coño, porque ni en pedo ninguno de los idealistas que tenemos en Sol –ni en cualquier lugar de España y me incluyo la primera- va a renunciar a su coche o sus Nike o su iPhone o a sus vacaciones en Ibiza ni muchas cosas que son posibles gracias al sucio engranaje establecido, no seamos hipócritas) si mucha más gente hubiera introducido ciertas papeletas en las urnas. No nos engañemos: la burbuja inmobiliaria, entre otros males, la escogimos nosotros “atachada” a los partidos políticos mayoritarios que elegimos. El bipartidismo, otro invento que nos colaron los americanos como el Halloween…
Soy demócrata porque la democracia es imperfecta pero es la mejor de las opciones que tenemos para gobernarnos en paz y libertad. En democracia las cosas se cambian en las urnas y las ideas se pueden cambiar en las calles, sí señor. Así que iré a Sol a ver lo que hay y me gustaría volver creyendo firmemente que no hay intereses partidistas detrás de todo este tinglao. Pero lo que de verdad me encantaría es que la gente que, quizá por primera vez, se está planteando que tienen una conciencia política y social la conserven hasta las elecciones generales. Voten lo que voten.