Monidala obrera

Me he despertado esta mañana angustiada porque soñaba que volvía a trabajar en una fábrica. No es que lo haya hecho durante mucho tiempo pero en una vida anterior y por tres meses  fui soldadora de componentes informáticos en Irlanda (yo tenía tantas ganas en aquel entonces, a mis ya veintitantos años, de salir de España –casi como ahora- que me hubiera ido a esquilar ovejas si hubiera sido necesario…).

Así que cada día recorríamos en autocar los más de 70 kilómetros que separan Limerick de Fermoy y hacíamos turnos nocturnos de doce horas en una línea en la que mis compañeros ponían piezas en una placa base que después entraba en una máquina que le daba un baño de estaño. Al salir las placas, las soldadoras teníamos que revisar los fallos y separar  las conexiones que habían quedado unidas, etc.

A pesar de que  fue una época de muchas risas, de mucho sueño (del de estar zombi todo el día y de los otros), de (como diría Frenchy) hacer amistades entrañables pero, sobre todo, de empezar con mayúsculas y por todo lo alto la vida realmente adulta haciéndose responsable de tus propias elecciones, decidí que aquel tipo de trabajo era algo que no quería tener que volver a hacer.

Ahora soy otra clase de obrera: una con traje, portátil y Blackberry. Suena mejor pero en el fondo no soy más que un sparring que la empresa pone a disposición del cliente para su desfogue cada vez que alguien la caga. En fin, otro empleo a tachar de mi lista.