La delicadeza (David y Stéphane Foenkinos, 2011)

No sé si será porque estuve otra vez sumida en una desasosegante agonía de muerte por mocos (me tengo que hacer un chequeo porque no se puede ser tan floja) y encima atravesando una horrible monstruación (sí, es cosa de Victoria, no sé de qué voy intentando escribir nada si esta niña, que lleva cuatro días hablando bien, ya me da un millón de vueltas en neologismos…), pero me acabó emocionando esta película.

Y empezó, porque la historia tiene un punto de partida de esos hijoputesco donde los haya: Audrey Tautou (esa chica que para siempre será Amélie Poulain) interpreta a una mujer que pierde a su amor verdadero. No es que se lo deje olvidado en el metro o que un día no se acuerde de dónde lo puso, claro, es que se muere (qué me gusta una perogrullada…). ¿Es o no es para cabrearse con el mundo? Ya ves, como si un amor verdadero fuera tan fácil de encontrar, como si no costara coincidir en el espacio/tiempo con otro sujeto del que ni siquiera te importe el balance  final de su cuenta de virtudes/defectos. Encima ese ser mitológico tiene que opinar lo mismo de ti. Ahí es nada… una entelequia. Y todo ello así, sin racionalizar, a lo vivo, en plan magia!

Normal que la pobre mujer se quede hecha polvo y se refugie en el trabajo, sumergiéndose en una especie de hivernación emocional. El punto de ruptura llega con Markus, un compañero de trabajo sueco con el que establece una relación peculiar. El tal Markus es un tipo aparentemente corriente, tirando a «del montón pa’bajo», pero tras su desgarbada pinta de hombre-oso despeluchado hay ingentes cantidades de sutil sensibilidad (ains, cuánta falta les hace un poquito de eso a más de uno y a más de mil…) y un sentido del humor y una personalidad… #No. Vamos, que tampoco es para tanto. Para mí que el hombre simplemente no es un mastuerzo, que Francia debe de estar llena…

Pues a mí me recuerda a alguien…

Y a pesar de todo, y de que una no tenga muy claro a dónde quieren ir los directores a parar, la historia se hace bonita y al final se me cayó la lágrima. Claro que yo soy la personificación de la moñada y un público facilón para los momentos voz en off, musiquilla sentimentaloide y mensaje romántico-existencial.

No me hagáis mucho caso, por favor os lo pido…