¿No os parece una banda sonora maravillosa para la transformación de una linda y dulce mujercita en la implacable villana Furibunda, con super poderes psíquico-hormonales capaces de doblegar la voluntad de las tristes criaturas que se interponen en su camino? ¿Quién necesita super fuerza o la capacidad de volar si puede persuadir al bobo de Superman para que lo haga por ella con el sólo batir de sus pestañas? ¿Para qué esforzarse por controlar los metales si puede hacer que a Magneto le estallen las pelotas de deseo con la mera exposición a sus feromonas? Pobre, me lo imagino haciéndose unos calzoncillos de vibranium…
Tampoco son desdeñables sus capacidades para alterar la química orgánica de sus enemigos, como cuando provocó un síndrome premenstrual agudo en masa a sus archienemigos de la Moustache Gang (una organización criminal machista que actúa internacionalmente, os aviso), que acabaron llorando a lágrima viva con «Moulin Rouge» mientras comían helado de cherry cake. Fue una masacre.
Es viernes: os perdono la vida. Pero tened cuidado con lo que deseais.
En definitiva el valor artístico de una obra no está sino en lo que deja en nosotros, lo que despierta, lo que conmueve (o lo que remueve). Esas puertas que se abren, aún en contra de nuestra infantil racionalidad que se niega incluso a aceptar su existencia, y después ya nada vuelve a ser igual. Así esta película de Vermut es un espejo que nos muestra el lado más oculto de nuestra propia perversa humanidad, una llave de la caja fuerte del subconsciente colectivo.
Como siempre que os hablo de una película que considero imprescindible, os recomiendo no pasar de aquí si aún no la habéis visto porque, aunque en este texto no haya spoilers, cualquier cosa podría condicionar el visionado y eso es algo que no me perdonaría. Especialmente en este caso.
¿Alguna vez habéis ido a trabajar de empalmada y con resaca y los minutos se os han hecho horas y habéis tenido la impresión de estar atrapados en un infierno de bostezos en vuestra lucha por mantener los ojos abiertos? Pues es exactamente lo que se siente viendo este musical en el que nada tiene sentido.
Ni el argumento (es, oficialmente, la clse de película que «no saben cómo terminar», hubiera sobrado con una hora para una crítica con ensañamiento, pero lo que es ensañamiento es alargar absurdamente algo hasta las dos horas cuando ya no le importa a nadie nada de lo que está pasando y, de querer algo, sólo quieres que llegue el Apocalípsis para tener una excusa para dejar la película sin terminar), ni el tono (que carece de consistencia y uno no sabe si las cosas que ve van en serio o es ironía o le dio una apoplejía al guionista y empezó a escribir escenas a boleo a ver si colaban -me la suda muy fuerte que esto sea un musical de Broadway maravillosísimo: como película es un truño memorable, ladrillo infumable y todo lo able que os podías imaginar-), ni las canciones (¿soy yo o en realidad es la misma única canción que se repite como una paranoia de ácido?) y ni la salva el volver a ver a Johnny Depp en la enésima y estomagante interpretación de extrafalario personaje con el que puede llevar su propia ropa de tarado excéntrico (pero ¿por qué no se casa de una vez con Helena Bonham-Carter y se mudan los dos a Loquilandia?????).
«Quita, quita… Nada de diseño de vestuario, Rob. Ya tiro yo de fondo de armario y verás que bien queda…»
Por Dios, que nadie cometa el error de torturar con esto a su progenie. No sólo es un tostonazo traumático sino que dos horas de subtítulos es mucho pedir a un crío por muy listo que sea, (mejor llevadles a ver «El alcalde de Zalamea» que les hará más ilusión). Por no hablar de que os van a hacer preguntas incómodas porque hay cosas que un cerebro pre-púber es incapaz de asimilar.
«Cari, vamos a ir acabando, que esta gente se querrá acostar…»
Muy mal, Rob Marshall. Fatal. Con «Nine» ya me decepcionaste. Yo que te veía como la gran esperanza blanca del musical tras «Chicago» y ¡va a resultar que eres un boicoteador dispuesto a cargarse el género! Dios, qué mal estoy de la conspiranoia…
En conclusión, que si tuviera que formular un deseo, sería este: «I wish…» olvidar este espantoso rollazo cuanto antes para no acabar odiando a Meryl Streep.
Por fin se acaba el colegio y para los PTCCDC (Padres Trabajadores con Complejo de Culpa) llega el contradictorio alivio de enviar a los ninios al Campamento Yayos y quedarse de rodríguez. A mí me importa muy poco lo que puedan pensar los cabalitos de turno que siempre dicen que tener hijos es lo mejor que les ha pasado en sus vidas. Si eso es verdad, sus vidas son una puta mierda de vaca de calidad superior y me dan mucha pena. Seamos sinceros: los niños son el peor-mejor error que se puede cometer y uno se pasa gran parte del tiempo intentado no llegar a esto:
Así que nos merecemos un descanso para dedicarnos tiempo a nosotros mismos, a hacernos las ingles a rehabilitar cuerpo, mente y espíritu (sí, es que ahora me he vuelto mística…) con apasionantes actividades, con nuevos y viejos amigos e incluso paladeando la a veces tan necesaria soledad (a ver si se puede una poner a leer un rato sin que le borren el “mami”, coño ya!).
El kick-off estival para mí comienza mañana con un clásico: la fiesta de bienvenida al verano del Circus. Y continuará con orgullos, festivales y conciertos, bodorrios, fiestas patronales, maratones cinéfilos, excursiones con picnic y demás llenagendas (incluyendo, por supuesto, vacaciones para disfrutar de verdad con mi pequeña) que pienso gozar como un preso su condicional. [Por cierto, que la libertad no es hacer lo que te sale del fandango cuando se te antoja, la libertad es asumir la responsabilidad de decidir. Yo lo digo por si… ]
El primer concierto de la temporada va a ser el de KISS, que será también el primero de Victoria en su vida, lo que no está nada mal para empezar (después, no tengo más remedio que confesar que tenemos entradas para ver al mojabragas de niñatas Abraham Mateo, pero hay que compartir sus gustos particulares si queremos que ellos acepten que compartamos los nuestros…).
Por prejuicios (antaño) y pereza (recientmente) no había dedicado mucho tiempo al extenso repertorio de Simmons & Co. (aunque tengan un hitazo que está en lo más alto de mis petardadas favoritas) pero verles una vez en la vida es un must para alguien que ama (mira, no suelo yo usar mucho esta palabra fuera del contexto BDSM…) la música y le debe tanto placer al rock ‘n roll.
Os deseo feliz verano y aceptad este consejo: usad anticonceptivos o tarde o temprano os veréis escuchando en directo este horror (sí, pero es pegadiza, eh?).
Pues yo digo que tiene que haber un modo de vivir intermedio entre esa actitud «La Vida Es Una Mierda Y Luego Te Mueres» de nuestro admirado Louie C. Clark o «No Sólo La Vida Es Una Mierda Y Luego Te Mueres Sino Que Además Todo Se Repite En Bucle Y El Ser Humano Es El Puto Cáncer Del Universo Y Debería Extinguirse» del bueno del Detective Rust Cohle, y el positivismo irrompible a prueba de búnker de la adorable Kimmy Schmidt.
Tiene que haber una forma de pasar por este absurdo sinsentido sin ser un inconsciente o un falso que finge no saber que flotamos en el espacio hacia ningún lugar, pero a la vez con cierta cantidad de paz interior y en algún punto más o menos cercano a ese sentimiento de plenitud al que conocemos como felicidad. Me niego a pensar que no es posible conjugar ambas vertientes porque yo lo necesito. Y como mi vida es mía y vosotros podéis existir o no (lo siento, pero yo «pienso luego existo», sobre lo que hagáis los demás ya no tengo tanta certeza…), pues busco estrategias de todo tipo para llegar a mi particular Nirvana sin tener que pegarme un tiro en la cabeza por el camino a lo Cobain.
Yo no sé si todo está escrito, pero desde luego todo está en las letras y esta semana se me han cruzado más o menos por casualidad dos canciones de trasición que conllevan dos momentos diferentes: una es el punto y final, el lugar donde se muere la esperanza y hay que asumir que, o pasas página, o la vida sigue sin ti. El otro tiene que ver precisamente con encontrar esa esperanza, con seguir a pesar de todo, evolucionar y crecer porque es que no queda otra. Quedaos con la que más os guste. Yo me quedo con las dos.
Los lugares donde cada masoquista de pro se refugia a atormentarse hasta que arrecia la tormenta son diversos y acordes a sus idiosincrasias. A mí no me importaría nada hacerlo en el alcohol, que es cosa romántica y literaria y yo también me sentiría como Hemingway pero con pantys, pero soy de vomitona fácil y la cosa no tiene tanta gracia cuando no hay nadie que te sujete el pelo. Las drogas están bien, pero yo las entiendo desde un punto de vista recreativo y mientras te diviertes es imposible sufrir como Dios manda. El sexo es incontestablemente una actividad que te cambia el mindset y es muy útil para olvidar, pero si de lo que estás huyendo es de alguien, corres el riesgo de encontrártelo en otros ojos o en otros labios, que menudo bajón, y debe de ser un corte monumental tener que salir corriendo en lugar de corriéndose. Yo paso.
Así que al final me quedo con lo que menos efectos colaterales puede provocar: la música y el cine. Los libros también sirven, pero el efecto no es tan inmediato para la cosa del lloro, porque si te tienes que leer otra vez las mil páginas de Tolstoi hasta llegar el momento ferroviario, ya me diréis que efectivo no es.
La música y el cine te permiten, de forma rápida y liberadora, fingir que lloras por otra cosa. Por algo que no te está pasando a ti sino a Karen Blixen o a Thom Yorke (seguro que ya lo sabéis, pero con Radiohead se llora a calzón quitao que es un gusto para los sentidos, entre esas frecuencias tan raras que te activan no sé qué áreas cerebrales y esas letras más raras aún que de tanto no entenderse, las entiende todo el mundo).
Si además mezclas la música con el cine, el asunto se vuelve ya droga dura para maricas como yo (si la mezclas con el teatro, ojo-cuidao que además de al musical, invocas a la Ópera y yo ya me meo del gusto en las bragas como decía Vivian Ward, porque lo que te provoca es un llanto que además te hace sentir más listo (también llamado “el sufrir intelectual”), que como podréis comprender, no lo hay de mejor clase).
Así que aquí van algunas de mis combinaciones escénico-musicales más efectivas para drenar toda la mierda llegado el caso, por si alguna vez lo necesitais.
“Easy to be hard”
Si todavía queda algún tontolaba despistao que no ha visto «Hair», pues ya no sé cómo decirlo. La peli es la forma más sencilla de acercarse a este maravilloso musical en el que no sé si hay respuestas, pero en el que desde luego están todas las preguntas y propuestas que llevaron a una generación a abrazar el hippismo como forma de vida. Los padres del perroflautismo moderno descubrieron la expansión de la mente a través de las drogas y la liberación del sexo, la conciencia política como necesaria forma de combatir la represión de los poderes establecidos y una clara y rotunda protesta hacia la violencia impuesta les llevó a la objección de conciencia durante el injusto episodio bélico de Vietnam (además de cultivar un gusto musical excelente, no le quitemos importancia…). Si te sientes joven y todavía sueñas con la revolución pasiva (la que no nos debería llevar a morir por nuestros ideales sino a vivir por y para ellos, que es mucho más difícil y de paso, maduro, las cosas conforme son), pasa a conocer a Berger y su cuadrilla y de paso, let the sunshine in.
En la obra hay un pesonaje secundario que, de tan insignificante, no tiene ni nombre. Y sin embargo, su historia aporta un gran significado y (no, no voy a decir que es lo que le da calidad a la película, parafraseando a ese genio del humor) trascendencia al comportamiento del resto de personajes, los hace evolucionar, tomar conciencia de algo que muchas veces olvidamos: la solidaridad se ha de demostrar primero a los que tienes cerca. No se puede salvar el mundo siendo cruel con aquellos que te quieren y con los que adquieres una deuda emocional. Es de niñatos egoistas. Pero que lo diga Cheryl Barnes, que lo dice mejor.
Y ya, que tengo cosas mejores que hacer que ilustraros, criaturas.
Según Virginia Woolf, una mujer que quisiera escribir ficción necesitaría dinero y una habitación propia. Esto no va a dar dinero, pero tiene que servir como habitación...