Sunday Bloody Life
7 junio, 2015 Deja un comentario
Los lugares donde cada masoquista de pro se refugia a atormentarse hasta que arrecia la tormenta son diversos y acordes a sus idiosincrasias. A mí no me importaría nada hacerlo en el alcohol, que es cosa romántica y literaria y yo también me sentiría como Hemingway pero con pantys, pero soy de vomitona fácil y la cosa no tiene tanta gracia cuando no hay nadie que te sujete el pelo. Las drogas están bien, pero yo las entiendo desde un punto de vista recreativo y mientras te diviertes es imposible sufrir como Dios manda. El sexo es incontestablemente una actividad que te cambia el mindset y es muy útil para olvidar, pero si de lo que estás huyendo es de alguien, corres el riesgo de encontrártelo en otros ojos o en otros labios, que menudo bajón, y debe de ser un corte monumental tener que salir corriendo en lugar de corriéndose. Yo paso.
Así que al final me quedo con lo que menos efectos colaterales puede provocar: la música y el cine. Los libros también sirven, pero el efecto no es tan inmediato para la cosa del lloro, porque si te tienes que leer otra vez las mil páginas de Tolstoi hasta llegar el momento ferroviario, ya me diréis que efectivo no es.
La música y el cine te permiten, de forma rápida y liberadora, fingir que lloras por otra cosa. Por algo que no te está pasando a ti sino a Karen Blixen o a Thom Yorke (seguro que ya lo sabéis, pero con Radiohead se llora a calzón quitao que es un gusto para los sentidos, entre esas frecuencias tan raras que te activan no sé qué áreas cerebrales y esas letras más raras aún que de tanto no entenderse, las entiende todo el mundo).
Si además mezclas la música con el cine, el asunto se vuelve ya droga dura para maricas como yo (si la mezclas con el teatro, ojo-cuidao que además de al musical, invocas a la Ópera y yo ya me meo del gusto en las bragas como decía Vivian Ward, porque lo que te provoca es un llanto que además te hace sentir más listo (también llamado “el sufrir intelectual”), que como podréis comprender, no lo hay de mejor clase).
Así que aquí van algunas de mis combinaciones escénico-musicales más efectivas para drenar toda la mierda llegado el caso, por si alguna vez lo necesitais.
“Easy to be hard”
Si todavía queda algún tontolaba despistao que no ha visto «Hair», pues ya no sé cómo decirlo. La peli es la forma más sencilla de acercarse a este maravilloso musical en el que no sé si hay respuestas, pero en el que desde luego están todas las preguntas y propuestas que llevaron a una generación a abrazar el hippismo como forma de vida. Los padres del perroflautismo moderno descubrieron la expansión de la mente a través de las drogas y la liberación del sexo, la conciencia política como necesaria forma de combatir la represión de los poderes establecidos y una clara y rotunda protesta hacia la violencia impuesta les llevó a la objección de conciencia durante el injusto episodio bélico de Vietnam (además de cultivar un gusto musical excelente, no le quitemos importancia…). Si te sientes joven y todavía sueñas con la revolución pasiva (la que no nos debería llevar a morir por nuestros ideales sino a vivir por y para ellos, que es mucho más difícil y de paso, maduro, las cosas conforme son), pasa a conocer a Berger y su cuadrilla y de paso, let the sunshine in.
En la obra hay un pesonaje secundario que, de tan insignificante, no tiene ni nombre. Y sin embargo, su historia aporta un gran significado y (no, no voy a decir que es lo que le da calidad a la película, parafraseando a ese genio del humor) trascendencia al comportamiento del resto de personajes, los hace evolucionar, tomar conciencia de algo que muchas veces olvidamos: la solidaridad se ha de demostrar primero a los que tienes cerca. No se puede salvar el mundo siendo cruel con aquellos que te quieren y con los que adquieres una deuda emocional. Es de niñatos egoistas. Pero que lo diga Cheryl Barnes, que lo dice mejor.
Y ya, que tengo cosas mejores que hacer que ilustraros, criaturas.