L’année dèrnier á Marienbad (Alai ns Renais, 1960): La película de Schrödinger

Digo de Schrödinger porque «El año pasado en Marienbad» es, y no es a la vez, una obra maestra y una tomadura de pelo/anuncio de perfume de dos horas. Ambas opciones coexisten y ninguna se convierte en certeza hasta que se abre la caja, es decir, hasta que el espectador se expone a su celuloide y el gato aparece muerto o vivo.

Yo la he visto varias veces en un fin de semana y he llegado a ambas conclusiones: es muy posible que el asunto sea menos profundo de lo que nuestras mentes calenturientas de cinéfilos pertinaces pueden construir rellenando los huecos, pero sin duda es un ejercicio fascinante de narrativa y, por encima de todo, una pilotada sublime de puesta en escena que quizá no se pudiera haber hecho en una película de argumento tradicional, trabada por las necesidades lógicas de una historia lineal. Y lo que es más, permite tantas interpretaciones que es un cheque en blanco para nuestra imaginación: el pistoletazo de salida para que los lugareños anti cabos sueltos saquen las antorchas y las horcas a pasear, y para que los soñadores echemos a volar.

Marienbad pour femme!

Antes de entrar en interpretaciones, al César lo que es del César: si algo se puede sacar en claro de este viaje en travelling onírico y surrealista a través de los recuerdos y los deseos, es que el tiempo no existe: todo está ocurriendo siempre de manera simultanea y en bucle.

Dicho esto, que no es poco, se  habla bastante de su legado (desde «El ángel exterminador» de Buñuel a «Inland Empire» de Lynch; y yo añado «In the mood for love» de Wong Kar-Wai) y sin embargo, no he visto por ahí (tampoco me he leído todo el Internet, claro…) que se la compare con una película anterior: «Vértigo», de Alfred Hitchcock.

Y a partir de aquí mi teoría podría ser un spoiler (si tal cosa es posible con esta obra compleja y extraña), así que ved primero este imprescindible de la historia del cine, aunque sólo sea para reíros de mi teoría, que para eso sirven las teorías principalmente: para que otros las desautoricen.

Y es que a mí, «El año pasado…» me ha recordado sobre todo a «El lago de los cisnes». Nuestro protagonista, el atribulado X (y al que yo llamaré Sigfrido), conoció hace un año a una mujer vestida de blanco a la que llamaremos A (parece que casada pero cuya relación con M, ese personaje siniestro que de alguna forma la domina, no está en absoluto clara) y con la que tuvo un affair en un extraño balneario y ahora intenta un año después que esa misma mujer, pero vestida de negro, recuerde su promesa de huir con él. Me vais a perdonar, pero la mujer de la que él se enamoró era Odette, y a la que trata de persuadir ahora no es otra que Odile (lo que convierte al tío siniestro en Rothbart).

¿Y qué tiene todo esto que ver con «Vértigo»? Pues todo, porque tanto en la película de Resnais como en la de Hitchcock, Odile quiere quedarse con Sigfrido, pero tiene mala conciencia: le está engañando haciéndose pasar por otra (que está muerta y de cuya muerte ella es cómplice), y quisiera ser amada por él tal y como es, cosa que nunca ocurrirá.

La muerte del cisne

Podría haberme extendido dando detalles que justifiquen mi teoría, pero lo considero innecesario ya que estamos ante una película en la que la forma importa más que el fondo, en la que el juego de espejos y simetrías entre escenas siempre inspira una dualidad, y en la que el juego de las cerillas puede esconder un enigma aritmético asociado a la trama  o ser simplemente un McGuffin muy molón.

Pero eso sólo lo sabréis si abrís la caja.