Sometimes the clothes do not make the man

No todos los días fallece un hombre del que has estado perdidamente enamorada (es verdad que a algunos los habría matado yo con mis propias manos, pero ese es otro post). Enamorada con la inocente ternura de doce años de una niña que ya había amado a Koji Kabuto y que amaría después a Magic Johnson (yo es que tengo un ojo para los hombres….), y con esa idolatría de póster de Superpop y primeros pinitos con el inglés en cassette original.

De aquel idilio unidireccional me quedó la fijación por los hombres con barba erosiva, voz viril y curiosamente, una heterosexualidad sin fisuras. Y es que yo aquellas pintas de Wham! las atribuía al daño que había hecho la New Wave y no podía creer que George, mi George, amase chupar pollas tanto como yo lo amaba a él. Qué se le va a hacer, a veces se gana y casi siempre se pierde.

Cuando por fin asumí la verdad entendí que mi destino era ser mariliendres vocacional: porque cuando él salió del armario yo salí con él y desde entonces abracé sin vergüenza ni pudor todo lo que fuera mínimamente gay y dejé salir esa parte de mí tremendamente petarda y que podía cohabitar con las otras facetas de mi esquizofrénica multipersonalidad con total naturalidad: George, a ti te debo el maricón que vive en mí.

Y para completar su leyenda, George resultó ser una de esas almas viciosas que encuentra en las drogas su refugio. Parece que no se puede ser un ídolo del pop si no se es presa de demonios de todo tipo y condición, como Michael, como Prince. La purpurina siempre esconde oscuridad, las lentejuelas acaban reflejando la propia miseria humana. Una bola de espejo que nos devuelve nuestra triste condición.

Nos has enseñado tantas cosas y has hecho tanto por nosotros como Bowie. Nunca te olvidaremos y, George, la próxima polla que chupe, será en tu honor.