Todos ocultamos algún secreto íntimo que jamás, pero jamás, hemos compartido…

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Cuerpos descosidos (una novela de Javier Quevedo Puchal)

Cuerpos Descosidos

Prolegómenos que nunca soy capaz de evitar…

Nunca es fácil comentar la obra de alguien cuando ese alguien podría llegar a leer tu comentario. Por ejemplo, me ha resultado infinitamente más sencillo hacerle una crítica a Spielberg, que jamás dará con sus huesos en este blog, ni me podría rebatir mis argumentos (o decirme en la cara misma: “no has entendido mi película, guapa”), que reseñar las obras de teatro de Luis Felipe Blasco Vilches que además de un dramaturgo talentoso, es amigo…

La dificultad se encuentra principalmente en ser sincero y en ser capaz de expresar con el mayor grado de acierto lo que la obra nos ha inspirado, independientemente de que esto sea lo que su autor pretendía. Por lo que respecta a la sinceridad, he tenido mucha suerte porque nunca he tenido que exagerar mi entusiasmo. Sobre lo otro no estoy tan segura de haberlo conseguido, pero lo seguiremos intentando…

Conocí a Quevedo Puchal (también conocido en estos mundos dospuntocéricos -tener ahora a Mary y sus neologismos en los universos virtuales es de lo más enriquecedor…- como Caótico, bloguero que regenta con éxito no uno, sino dos puntos de encuentro: por el día La invasión de las ultracerdas disecciona con su fresca ironía la cultura pop de la más petarda actualidad y por las noches, Walpurgisnacht nos introduce en terroríficos y siniestros submundos -o es al revés? ;p-) en persona de forma totalmente casual en la pasada Feria del Libro de Madrid pero ya hacía algún tiempo que “nos comentábamos” en nuestros respectivos blogs (yo llegué al suyo a través de Sonia Unleashed, como a tantas otras cosas…).

El tema mollar: comentario de “Cuerpos descosidos”

La tercera novela de Quevedo Puchal (“El tercer deseo” y “Todas las maldiciones del mundo” son sus anteriores trabajos) cuenta una historia de aquellas sobre las que quizá no querríamos leer más que si nos aseguran que no ocurrirán jamás (¿no son para eso las historias de horror, misterio y hasta las de ciencia ficción: para que podamos, después del miedo disfrutado, despertar en nuestra segura realidad? El problema es que, en este caso, la ficción se acerca demasiado a la certeza…). Varios personajes (un chapero en Ámsterdam, una artista gráfica en Valencia, un adolescente en un pueblo de Inglaterra) en diferentes momentos y lugares pero atenazados todos por la culpa y arrastrando en su existencia a aquellos que quieren y les quieren a los infiernos en que convierten su cotidianeidad.

Es mucho mejor no saber nada más y adentrarse en sus páginas lo más virgen posible para dejarse sorprender y subyugar no sólo por el devenir de la historia, sino por las imágenes que nos evocarán las palabras. Una lectura muy orgánica, física, que llega a doler. Con esa atracción que provoca la propia sangre: algo que no puedes evitar mirar aunque te sobrecoja. Y esa fascinación que debe de tener, principalmente porque no paramos de hacerlo, el arrancarse la costra de una herida que no ha terminado ni mucho menos de sanar, para arrepentirnos un segundo después de haberlo hecho…

“Cuerpos descosidos” me parece que está emparentada directamente con “La piel que habito” de Almodóvar: oscura, morbosa, gore sin necesidad de ser ultraexplícita en lo físico y sobre todo en lo emocional. Leyéndola (o más bien devorando sus páginas, porque su lectura te engancha y no te suelta hasta el contundentísimo final) también pensé mucho en el Stieg Larsson de Millenium, no me preguntéis porqué… No me parecen estos dos malos referentes (aunque a saber qué pensará el autor XDD) para una novela que además de ser adictiva y peligrosa porque toca teclas casi prohibidas, está muy, pero que muy bien escrita.

Si os apetece leerla, la podéis adquirir a un precio estrella: 7 euros, en la web de NGC Ficción.

Monidala Literatrix

Meme libros

Hola, Soy Troy McClure y seguramente me recordarán por otros Memes como “Innecesarias e insulsas disquisiciones sobre mí mismo” o “La pelusa que me sale del ombligo”…

De nuevo a través de El Errante y de El Especialista Mike descubro este cuestionario y como no es que estemos muy inspirados últimamente, pues a ello… (recuerdo que ya hice otro de estos literario hace un año).

El último libro que he leído: “Choque de Reyes”. Mejor que “Juego de Tronos” pero peor que “Tormenta de Espadas”, con el que estoy ahora (sí, estamos muy pesaos con la saga “Canción de Hielo y Fuego” de R.R. Martin, pero así es la vida…)

Un libro que cambió mi forma de pensar: Yo tengo muchas costumbres ridículas, pero una de las más vergonzantes (para los demás, a mí plin que hace tiempo que me acepto como soy, no me queda otra…) es la de leer libros de esos que llaman de autoayuda. Sí, soy la reina de la psicología barata (Queen of the Cheap Psicology para los amigos), así que cuando leí “Tus zonas erróneas” de Wayne W. Dyer me dije: “Dios mío, si es que la estoy cagando permanentemente…”. También estaría muy guay que hubiera seguido sus consejos, pero eso ya es mucho pedir.

También “El Secreto” de Rhonda Byrne que, como muchos sabréis, trata sobre la Ley de la Atracción (y no es un slogan para vender Brummel) me confirmó mis teorías sobre un fenómeno al que, personalmente, le tengo mucha fe (que sí, que estoy como una puta cabra…) aunque también me cuesta bastante ser constante con mis visualizaciones y así me va…

Pero el que de verdad me ha influido es “El lenguaje del cuerpo”, de Allan y Barbara Pease: vosotros os creéis que os caigo bien, pero en realidad he manipulado totalmente vuestra percepción sobre mí utilizando mi lenguaje corporal.

El último libro que me hizo llorar: El que estoy leyendo ahora mismo (“Tormenta de Espadas”). No recuerdo exactamente la razón (y si lo hiciera seguramente no os lo diría porque las cosas que me emocionan suelen hacerlo por recordarme asuntos de mi propia vida, así que…).

El último libro que me hizo reír: El que estoy leyendo ahora mismo. Las cosas conforme son: Jaime Lannister tiene algunas frases memorables y me ha hecho soltar alguna carcajada, el muy hijodeperraca.

Un libro prestado que no me han devuelto: Pues tengo más de uno por ahí, en el limbo, pero el que más echo de menos es “El Retrato de Dorian Gray”. La verdad es que no me importa tanto no recuperarlo, el problema es que tampoco veo desde hace más de cuatro años al amigo al que se lo presté y eso sí que hay que arreglarlo…

Un libro prestado que no he devuelto: Pues tengo un libro de una biblioteca desde 1993. Es uno de esos de historias de misterio recopiladas por Hitchcok (pero que estoy segura de que el Maestro del Suspense no se leyó ni una, y sólo puso su nombre: además también era un Maestro del Márketing…). Lo tengo escondido por ahí en un cajón debajo de millones de papeles porque verlo me da cargo de conciencia. Algún día lo devolveré, pero anónimamente…

Un libro que volvería a leer: ¿Si os digo que nada más terminar “Juego de Tronos” me lo empecé a leer de nuevo diréis que soy friki? Seguro, porque le llamáis friki a cualquier cosa… Pero, si os digo que gracias a esta segunda lectura (que he tenido que interrumpir para terminarme la saga antes de que algún desaprensivo me spoilee a traición) he descubierto algo importantísimo de lo que muchos no os habéis enterado ya no os reís tanto, ¿verdad? No sabéis nada, lechones!! Aprovecho para lanzar una pulla: algunos tenéis la comprensión lectora de un mamífero soricomorfo (vamos, un topo)

En cuanto acabe “Festín de Cuervos” vuelvo a mi relectura, que tengo la intención de elaborar la guía de personajes definitiva.

Un libro para regalar a ciegas: No sé, ¿algo escrito en Braille? No, en serio, yo a ciegas regalaría “La conjura de los necios” de Toole: es inteligente y divertidísimo. Si después a quien se lo regale no le ha gustado más le vale mentir como un bellaco y decir que sí o quedará como un idiota… ;p

Un libro que me sorprendió para bien: “La elegancia del erizo”, de Muriel Barbery, que me lo regalaron y lo empecé sin mucha convicción, pero es una historia muy bonita y emocionante sobre lo mucho que engañan las apariencias y sobre la vida interior como un lugar donde refugiarse de esta mierda de mundo en el que vivimos. Lo recomiendo vivamente.

Un libro que robé: Hombre, robar-robar no he robado ninguno (el término robar implica violencia o fuerza en las cosas), pero apropiación indebida sí… Me llevé a cosa hecha un libro de una biblioteca de Irlanda con la perversa intención de no devolverlo jamás. Se llama “Cinema: The First Hundred Years” y tiene unas fotos maravillosas (algún sinvergüenza ya había arrancado la de Gilda, si lo llego a pillar…). No me siento culpable porque en el pecado ya tuve la penitencia: no veáis cómo pesaba mi maleta en el viaje de vuelta…

En el apartahotel de aquel pueblo de California dónde nos hospedábamos cuando estuve testeando los Sims había una Biblia en la mesilla. Estuve a punto de llevármela también, pero el peso ya era too much (y que reconozco que tuve algo de miedo a la ira de Dios…).

Un libro que encontré perdido: Pues también en Irlanda me encontré, limpiando encima del armario de mi habitación, un diccionario de gaélico ilustrado monísimo.

Pero siempre que veo libros en la basura me entran ganas de adoptarlos. Una vez recogí “Lo que no le enseñarán en la Harvard Business School” y para mi decepción luego resulta que no iba sobre Hermandades, fiestas de toga ni becas “orgasmus”…

El autor del que tengo más libros: Pues como no me voy a poner a contar, le vamos a dar el premio ex aequo a Mariam Keyes y a Stephen King (qué bonito que hicieran algún día algo juntos, ¿verdad? Sería algo como “El diablo viste de Prada” pero de verdad, con exorcismos…). Si cuentan los comic books la palma se la lleva Peter Bagge: me encanta todo lo que escribe y dibuja.

Un libro valioso: Pues mi e-book! Yaaaaaaa, ya sé que no cuenta. No tengo libros especialmente valiosos ni material ni sentimentalmente. Lo que más me está costando es una especie de enciclopedia que edita Panini: “Del tebeo al manga: una historia de los cómics” y que voy comprando cada tomo a medida que los publican (ya van ocho).

Un libro que llevo tiempo queriendo leer: Todo lo que me queda pendiente de “La Torre Oscura”. Sólo me he leído los dos primeros así que me queda mucho curro…

Un libro que prohibiría: No prohibiría ningún libro, creo… Ahora, eso sí, a algunos les prohibiría leer según qué libros, que luego los leen mal y los estropean… XDD

El próximo libro que voy a leer: Sin lugar a dudas, “Festín de Cuervos”. Después de la resaca de CDHYF creo que por fin me pondré con “El tercer deseo” de Javier Quevedo Puchal que lo compré hace tiempo y entre unas cosas y otras… También tengo en la lista uno sobre cine que ya os comenté aquí y “Anatema” de Neil Stephenson, que me han hablado muy bien de él.

Se acerca el invierno “(¿Tú también, Monidala, jamía?)”

Pues sí, queridos sí, yo también me uno al famoso lema de los Stark (aunque ahora mismo me sienta más de la sangre del Dragón…), que, aunque suena a previsión meteorológica surrealista dadas las fechas en las que estamos, no tengo muy claro todavía si es premonición o amenaza…

Para los que no me entendáis, lo que pasa es que he sobrevivido a la lectura completa de “Juego de Tronos”, la primera novela de la saga de George R. R. Martin “Canción de Hielo y Fuego”, y no podía por menos que dedicarle un post, aunque estoy sacando el tiempo de escribirlo de mis horas de sueño en estos momentos de actividad frenética que estoy viviendo por culpa del IMSERSO y sus deliciosas vacaciones subvencionadas a la Manhattan de la Costa Blanca.

Trono de Hierro

Ese oscuro objeto de deseo: El Trono de Hierro. Lo primero que haré cuando aposente mis turgentes nalgas en él será contratar un diseñador de interiores. ¿Es que en Westeros no habéis oído hablar de la ergonomía? Lo siguiente: imponer las patillas por decreto entre mis vasallos.

Hasta hace unos meses yo vivía ajena (y podríamos decir que hasta feliz) a la existencia de esta obra de fantasía épica de la que pronto verá la luz el quinto libro de un total de siete. “Me la presentaron” precisamente dos amigos blogueros muy fans (en Sonia Unleashed o en Guardia Oscura encontraréis TODO lo que se refiere a este tema, especialmente lo relacionado con la serie de TV que se estrena próximamente. De hecho, estoy segura de que tienen materiales promocionales que ni las lumbreras de Marketing de la HBO saben que existen. Sí, dan un poco de miedo, pero hay que ver qué a gusto me he sentido yo siempre entre la gente que lleva su entusiasmo a lo patológico…) a los que nunca se lo podré agradecer como merecen (más que nada porque casi estoy resignada a no volver a “oír su rugido” en persona; hay que ver los Lannister como son, antes muertas que sencillas… ¿y lo que les va un dorao, que parecen gitanos?), aunque seguro que ellos ya saben que les tengo presentes en mis oraciones…

A pesar de sus fervientes recomendaciones, yo me adentré en la novela con cierto escepticismo, como siempre hago cuando me asomo a estos universos potencialmente frikis: de Star Wars, y a pesar de haber visto las 6 películas, ya sabéis que sólo hay un momento que salvo de la quema del tedio y la grandilocuencia y es el famoso morreo en la Luna de Endor (llamadme romántica y melancólica, que yo sé que lo que soy en realidad es cursi y sentimental…); Star Treck me ha parecido siempre, sin ánimo de ofender, ¿eh?, una sandez con jerseys de colores y ni en esas tardes veraniegas de tierna juventud, de vagancia y reposiciones he sido yo capaz de ver ni un episodio, que me daban más pereza que “Jara y Sedal”. Aunque, como en la vida no se puede decir de este agua no beberé ni a esa convención trecki no iré vestida de teniente Uhura, no os toméis este comentario como un escupitajo al cielo, que no hay que tentar a la suerte…; con “El Señor de los Anillos”, la que más se puede parecer a lo que hoy os comento, tuve unos inicios fatales: “El Hobbit” me lo habré empezado a leer como trescientas veces pero siempre acabo de enanos hasta las narices y me rilo, y a punto estuve también varias veces de rendirme con “La Comunidad del Anillo” porque, francamente, no se puede ser tan pesado describiendo paisajes, coño, que una piedra es una piedra, lo mires como lo mires… Pero a partir de “Las Dos Torres” la cosa se empezó a poner emocionante y al final me tuve que rendir a la evidencia: es una historia maravillosa. Tampoco soy tan fan como para haber podido con “El Silmarillion” o manifestarme en la puerta de la casa de Peter Jackson exigiendo que rehaga la versión extendida para meter a Tom Bombadil, pero sí soy de las que consideran que el final de “El Retorno del Rey” no es, ni de lejos, demasiado largo y lloro a moco tendido cada vez que veo [OJO, SPOILER MORTÍFERO] al pobre Frodo despedirse de su amada Comarca para irse, Dios sabe donde, con los lánguidos y paliduchos elfos…

Daenerys Targaryen

Daenerys de la Tormenta: “Si vuelvo la vista atrás, estoy perdida”. Pues nada, hija, tú siempre hacia delante y sobre todo, que no te toquen los huevos.

El escepticismo inicial me duró poco: “Juego de Tronos” es de esas historias que atrapan bastante pronto, a pesar de la dificultad que entraña la profusión de personajes. Aviso para navegantes: si os animáis a leerla, que sea en una edición que contenga glosario de personajes (que suelen ser todas, hasta la mía aunque yo me haya dado cuenta al acabar, que soy así de lerda…) porque los hay a miles y, para colmo, a varios de ellos se les llama por su nombre, por su diminutivo, por su apodo o por su cargo de manera indistinta y os podéis hacer un jari tremendo, sobre todo al principio cuando uno todavía no se ha hecho con ese “algo” que individualiza a cada personaje, no sé si me explico…

Lo que a mí me ha pasado (y creo que todos los que lo leen), y por lo que he tardado tantísimo en leerme este libro (es largo, pero ¿más de tres meses? No es propio de mí, desde luego…) es que uno se involucra tanto en las peripecias de los personajes que acaba tomándoselo todo de forma demasiado personal (y que R. R. Martin sea un sádico tampoco ayuda, nena…). El caso es que en cuanto te encariñas con los personajes y te identificas con su causa, pasan cosas que te cabrean y te sublevan (pero hasta límites insospechados) y ya no sabes qué pensar, y claro, yo ese descoloque permanente lo llevo fatal. En más de una ocasión he cogido mi e-book y lo he metido en el congelador al grito de “¡Ahí te quedas!” y han tenido que pasar a veces hasta semanas para volver a sumergirme, con mucho miedo, en la lectura de sus páginas.

Jon Nieve en el Trono de Hierro

Aquí Jon Nieve, aquí una admiradora, una esclava, una amiga, una sierva: le perdonaré cualquier cosa que haga en el futuro incierto que se nos avecina sin importarme lo más mínimo sus orígenes (que ya me voy yo oliendo la tostada…)

Es una historia llena de pasiones, ambición y ansia de poder, rencores y venganzas, la corrupción más abyecta vs. la inocencia más pura (y viceversa…), traiciones, intrigas, batallas sangrientas y amores truculentos. Y mucha, mucha muerte y destrucción. Dura y cruel como la vida misma. Todo ello escrito en un estilo sencillo pero emocionante, con escenas bestiales y diálogos brillantes llenos de frases para el recuerdo (yo las estoy recopilando, igual un día os las pongo por aquí…) Vamos, una joya que no os podéis perder.

Ya sé que todavía apesto a verano, que no sé nada y que estoy tan verde que meo hierba pero, aunque tenía planeado seguir con mi vida como si tal cosa al acabar “Juego de Tronos” (empeñada en terminarla a pesar de lo orgánica que se estaba volviendo su lectura sólo por el mero hecho de que no soporto dejar cosas a medias), me temo que “Choque de Reyes” es la próxima parada de mi destino. Confiaremos en que los Dioses nos sean favorables…

El don

Sara no siempre había sentido que era distinta a los demás. Cuando era muy niña pensaba que los otros veían las mismas cosas que ella. Pero según fue creciendo se dio cuenta de que todos los que la rodeaban estaban ciegos, carentes de ese sentido que a ella le permitía ver más allá, ver el interior de aquellos que la amaban, saber lo que esas personas sentían y anhelaban. Saber lo que las hacía infelices y lo que necesitaban para que sus vidas cobraran sentido. Nunca se lo dijo a nadie porque al principio temía que dejaran de quererla. Después, cuando supo toda la verdad, porque sabía que se sentiría sola: para que esas personas pudieran ser felices tenían que apartarse de ella.

Ese era su don y su maldición.

La mañana de su quinto cumpleaños su padre las abandonó. Eso decía su madre. Pero Sara sabía que no era verdad. Ella sabía que él tenía que irse porque la quería demasiado. Desde que podía recordar su papá había estado triste: cuando la cogía en brazos para abrazarla sentía su amor, y también su melancolía, podía verla, tocarla y notar cómo iba creciendo poco a poco consumiéndole. Hasta que un día supo que él se iría muy lejos, donde su don no pudiera destruirle. Así que su padre dejó en el suelo la maleta en la que había metido unas pocas cosas y se arrodilló frente a ella. La miró a los ojos, esos ojos de una niña que parecía tener más de cien años, y le dijo adiós. Ella supo que jamás volvería a verle. Puso cada una de sus manitas en las mejillas de su papá y le sonrío: así pudo ver como él sería feliz algún día. Tan feliz que olvidaría que había tenido esa niña, y eso la consoló. Sin embargo su madre creía, mientras lloraba desesperada, que no entendía lo que les estaba pasando. Estaba tan ciega…

Por eso su madre nunca la dejó. Por eso y porque nunca la quiso tanto como su padre, por eso la maldición tardó más tiempo en hacerle mella. Siguió con su hija hasta que esa pena oscura acabó llegando y se apoderó de ella hasta convertirla en un ser amargado, hundido en su desesperación e incapaz de hacer nada en su vida que la satisficiera. A Sara le hubiera gustado alejarse de ella, pero no podía. Sólo era una niña y necesitaba a su madre.

Cuando ésta por fin murió Sara tenía veinte años y apenas había tenido amigos. Para ella era imposible: cada vez que conocía a una persona podía ver en su interior y ante ella se mostraba con todo detalle eso que la gente llamaba “su alma”. Podía saber si esa persona podría quererla y, si era así, lo que tarde o temprano ocurriría y no quería hacer sufrir a nadie, aunque con ello pudiera darles después la felicidad. Tampoco quería sufrir ella. Así se convirtió en una chica solitaria que apenas hablaba y esquivaba a los demás. Pero sabía escuchar, y eso le ayudó a encontrar un trabajo como operadora en una línea de ayuda psicológica. Desde la primera palabra ya sabía lo que la persona al otro lado del teléfono estaba sufriendo y lo que necesitaba, así que le resultaba muy fácil darles consejo con unas pocas palabras.

Después volvía al piso que había sido de sus padres y pasaba las noches sola. Pero una tarde, en su camino de regreso en el metro vio a ese chico sentado frente a ella que no dejaba de mirarla. Normalmente evitaba ver dentro de la gente con la que se cruzaba, pero esta vez no pudo. Era como si no pudiera desconectar su poder, así que dejó que el alma de él le contara cómo era, lo que tenía y lo que le faltaba. No sólo descubrió que él podía quererla, sino que se estremeció al darse cuenta de que ella era lo que él necesitaba para ser feliz. No quiso oír su propia voz interior que le preguntaba “¿por cuánto tiempo?”.

Aunque Sara sabía que aquello no podía durar, nunca había estado enamorada y dejó que aquellas sensaciones crecieran dentro de ella y disfrutó cada segundo que le tuvo cerca jugando a que ella también era una persona normal. Una persona que puede ser amada.

Y él la amaba tan intensamente que un día, apenas unos meses después de conocerse, Sara empezó a ver como su amor empezó a destruirle. Comenzó como una pequeña mancha oscura que crecía rápidamente y con la misma intensidad con la que hacían el amor y supo que no debía retenerle o acabaría matándole porque él nunca tendría fuerzas para apartarse. Así que le dejó antes de que él mismo se diera cuenta de lo que estaba pasando. Él le suplicó que no se fuera, pero Sara ya había visto su futuro: sería feliz algún día ahora que la había amado y tendría una vida plena y maravillosa lejos de ella.

Volvió a su solitaria vida, pero entonces le resultaba mucho más difícil. Había descubierto esa pasión desbordante así que ya sabía todo aquello que nunca podría tener. Pocos días habían transcurrido cuando se dio cuenta de que estaba embarazada. Simplemente sintió que había una vida en su interior porque pudo escuchar la voz de su pequeña y diminuta alma. Eso la aterrorizó porque entendió que el amor de su bebé sería el mayor y más desinteresado que jamás nadie le hubiera dedicado y no sabía cómo podría soportar sentir también su sufrimiento. Pero ¿cómo podía deshacerse de una vida que ya le hablaba desde su propio vientre?

Cuando Sara dio a luz a su hijo lloró. “Como todas las madres”, pensó la matrona que creía que no era más que la emoción de ese momento mágico. Pero eran lágrimas por lo que, nada más ver la carita tierna y todavía amoratada de su bebé, supo que tendría que hacer algún día. Nunca sabía cuando ocurriría, pero temía que el intenso amor que sintió en aquel instante acelerara el proceso.

Sin embargo nada ocurría. Cada día veía en el alma de su hijo cómo este la necesitaba, pero no podía presentir nada más. Era como si su felicidad se encontrase donde ella estaba, y por más que escrutaba en su interior no era capaz de ver esa sombra acechando. Su hijito era feliz con ella. Aunque no le resultaba fácil criar a su hijo ella sola jamás se quejaba, porque temía no poder estar con él para siempre. Así que vivía cada día como si fuera el último, tratando de no pensar en un futuro que parecía no existir.

También le consolaba darse cuenta de que el niño era normal. No parecía haber un atisbo de ese don que a ella le había costado tan caro. Crecía ajeno a las preocupaciones de su madre, sano, confiado, alegre… Poco a poco Sara se fue relajando y casi pudo olvidar que una sentencia podía estar acercándose lentamente. Una tarde mientras cocinaba y miraba a su hijo jugar éste se volvió y le dedicó un sonrisa y su bonita alma se iluminó como un millón de estrellas. Sara se dio cuenta de que aquello era la felicidad verdadera. Una felicidad tranquila y sin apasionamientos, un sentimiento dulce y reposado y supo que le gustaría sentirse así para siempre.

Durase eso lo que durase.

Aún entonces, …

… tantos años después, le seguía doliendo en ese lugar del pecho. Y no tenía nada que ver con aquello que decían las viejas de que notaban cuando iba a llover, no. Era otra cosa. Era una sensación de pérdida que la asaltaba de repente sin razón aparente. No necesitaba un motivo especial, ni nada que le hiciera recordar como un sonido o un olor… Simplemente de repente se descubría acariciando aquella pequeña y vieja cicatriz cerca del esternón como si así pudiera invocar lo imposible.
Y no es que se agolparan los recuerdos hasta ahogarla en su propias lágrimas. Ya no. Si algo había aprendido es que el dolor no es eterno y que el tiempo acaba curando hasta las cosas que, en teoría, están diseñadas para desgarrarnos el corazón y dejarlo hecho jirones inservibles e inútiles.
Sí hubo un tiempo en el que pensó que se había convertido en una cínica sin remedio incapaz de sentir nada, de disfrutar con nada, de amar nada. Y sin embargo una mañana se descubrió riendo a carcajadas por algo, ni siquiera recordaba ya que fue, pero esa risa fue sincera y pura. Y supo que estaba curada, o que su corazón había vuelto a funcionar. O lo que fuera, porque decidió no ponerle nombre a las cosas para no tratar de apresarlas ni poseerlas. Quizá no fuera una cínica pero eso no significaba que hubiera recuperado la fe… Sin duda había algunas cosas que sí habían muerto con él.
Tampoco le atenazaba ya la culpa: había superado hacía tiempo ese sindróme del superviviente que durante años la había sumido en la oscuridad de una infelicidad autoimpuesta. Se había sentido una impostora en su propia vida, una ladrona que estaba usurpando la identidad de una muerta. Sentir durante muchos años que debía estar muerta, que TENIA que haber muerto aquel día, en aquel preciso momento, le había hecho plantearse hasta que punto su amor había sido verdadero. ¿Se puede llamar amor a aquel que no es capaz de morir por amor?
Ahora aquellos pensamientos le parecían tan pueriles que casi le avergonzaban. Y por momentos le avergonzaba también la supuesta heroicidad de él: aquel que sí había hecho lo que ella no pudo y había muerto por amor. Su mente adulta se preguntaba si las cosas hubieran sido iguales entonces, veinte años después. ¿Habría tomado él ese veneno de pensarla muerta? ¿O habría llorado su pérdida hasta que ese dolor se fuera aplacando y habría continuado con su vida (una vida quizá apagada y vacía)?
Todavía le quedaban, muy de vez en cuando, momentos en los que se rebatía a sí misma y se hacía recordar que quiso hacerlo, que lo deseó ardientemente. Que cuando descubrió que su amor yacía a su lado sin vida no dudó que tampoco quería seguir viviendo. Que cogió esa daga con las dos manos y poniendo la punta en su pecho, había tratado de llegar hasta su dolorido corazón para no sufrir más. Que el frío y cruel acero se había clavado en su carne con un terrible crujido pero entonces un terror indecible se había apoderado de ella y con un violento espasmo había arrojado el arma lejos de sí.
Recordaba como lloró entonces amargamente su cobardía golpeando con sus manos ensangrentadas el pecho de él. Odiándole entonces por no estar allí para darle fuerzas para poder terminar lo que empezó. Entonces no se percató de la paradoja. Hoy hasta le hacía sonreir con ironía.
Cada vez que se sumía en esos pensamientos la sensación de pérdida se hacía tan presente que era casi tangible. Se convertía en una necesidad física, en un anhelo inapresable que bajaba desde esa cicatriz en el pecho hasta su estómago con el peso de una lápida. Y después… se pasaba. Y le parecía como si de nuevo el sol se filtrara entre las nubes para calentarle la cara y hacerle sentir que la vida cobraba sentido.
Y seguía con su vida. Apagada y vacía. Pero era lo único que le quedaba.

No entendía…

… el extraño mecanismo cerebral que la llevaba a despertarse todas las mañanas sobresaltada a las seis cero cero. Ni como, en esa extraña lucidez del momento, podía sentir que todo estaba en su sitio para un instante después, empezar la lucha diaria para evitar que esa sensación se fuera desvaneciendo haciendo borrosos todos los argumentos que la sustentaban, hasta dejar solo un poso inexplicable: justo como cuando tratas de recordar un sueño perfecto que acabas de tener pero tu cabeza lo está devolviendo poco a poco al subconsciente del que, quizá, nunca debió salir por estar revelando mucho más de lo previsto…
Pero era un claro síntoma del momento convulso que estaba viviendo. De, lo que había dado en llamar, el tener la vida en obras. Era raro pero, casi todos a su alrededor pensaban que el caos se había apoderado de todo. Casi podía sentir como los que la querían se ponían un casco al encontrarse con ella, como si los escombros de su aparente demolición pudieran herirles.
No sabían lo equivocados que estaban. No existía tal afán de demolición, no había errores que recomponer (claro que los había pero se aceptaban, formaban parte de su historia…) y sus arquitectos estaban trabajando en seguir construyendo sobre las bases de un pasado que no podía dejar de ser tenido en cuenta. Sin embargo, es difícil integrar un nuevo estilo sobre otro antiguo y siempre hay detalles, a veces importantes, que se quedan en el camino. Se resignaba a aceptar que todo esto sólo estaría claro cuando esta fase de la construcción quedara terminada.
Además, se sentía como si durante el levantamiento de ese pequeño edificio que, según los planos iniciales, debía ser un centro comercial, se hubieran descubierto las ruinas de una antigua pero modesta civilización: era imposible obviar este hecho y seguir como si nada pasara. Se imponía la necesidad de analizar, estudiar, catalogar esos restos.
Probablemente después de eso fuera un sacrilegio seguir pensando en términos de retorno de la inversión: La finalidad original estaba perdiendo su sentido y aquel edificio no sería nunca el lugar concurrido y económicamente ventajoso que se planeó sino que tenía la obligación moral de convertirlo en un pequeño refugio para aquello que debía perdurar, porque ya estaba allí incluso antes de tener conciencia de sí misma.
Alcanzado ese punto de no retorno, le resultaba más fácil aceptar que no iba a ser comprendida si descubría que sí estaba siendo escuchada. Valoraba a los pocos que se atrevían a asomarse a los nuevos planos y a pasearse por entre aquellas vitrinas en las que ya se mostraban algunos de esos, a veces, diminutos retazos de una vida anterior tan olvidada que pareciera que nunca había tenido lugar. Ella los enseñaba con el orgullo con el que una madre relata los avances de sus hijos, aunque en ocasiones le invadía un cierto pudor: no todo estaba en urnas transparentes, todavía se guardaba ciertas cosas que no estaba preparada para mostrar al mundo. No todavía.
Sin duda todo esto le había hecho sentir que su mundo no era inmutable, que las certezas de hoy podían ser grandes incógnitas al día siguiente. Que no volvería a dar nada por sentado ni a rechazar nada por imposible. Que tendría que estar alerta para no dejar escapar nuevas oportunidades… Pero por ahora, había que ponerse de nuevo manos a la obra, porque quedaba mucho por hacer, y eran las seis cero cero.
A los que siempre escuchan, y sobre todo a los amigos nihilistas y cínicos ficticios: vuestra lealtad sí es inmutable.

Mi primer meme ¡chispas!

Queridos amigos:

Para los que no estéis puestos en la materia, los memes son (según zapin.info) «conversaciones distribuidas que se van contagiando de un blog a otro, de manera que el blog que origina el meme es enlazado desde muchos otros blogs y recibe muchas visitas, dependiendo del éxito del mensaje».

Este en concreto lo originó Sonia, y me ha parecido muy propio para El Club, así que me he apuntado a seguirlo…

1. ¿Cual es la obra que más veces has leído?

«Orgullo y Prejuicio» de Jane Austen. Una de las mejores novelas de la literatura universal, con la que además, me pongo «to tonta».

2. ¿Cuál es el último libro que has dejado a medias?

«El almuerzo desnudo», de William Burroughs. Uf, me parece que ya se me ha pasado el arroz de creerme superintelectual cuando leo algo sobre lo que no entiendo ni jota.

3. ¿Qué te puede llevar a preferir una lectura en vez de otra?

El estado de ánimo. A veces me apetece literatura de la «güena«, pero otras sólo me apetece distraerme y que las páginas vayan pasando sin tener que pensar demasiado… Sobre todo en verano, que se ve que se ablandan las meninges, me da por los best seller facilones.

4. ¿Recomiendas libros con frecuencia? ¿Qué libros recomiendas más?

Recomiendo, recomiendo (a veces hasta la pesadez). Sobre todo los de Jane Austen, que si no fuera porque la pobre hace tiempo que está criando malvas, pensaría que soy su apoderao. También los de mi otra debilidad: Irvine Welsh. Ah! y Mariane Keyes, no os la perdáis que es divertidísima. Es lo que leería Samantha Jones si se quedara en casa un sábado por la noche, que es mucho pedir…

5. ¿Cuál fue el último libro de poemas que leíste?

Una vez me dio por leer «Soledades» de Góngora, pero me entró un agobio terrible y tuve que parar, no fuera que me diera un chungo

6. ¿Cuál es tu momento preferido del día para leer?

Pues…. sé que está feo decirlo, pero en el baño se lee divinamente…

7. ¿Recuerdas el primer libro «serio» o adulto que leíste?

«La noche de la iguana», de Tennessee Williams. Tendría 12 años y lo cogí de la librería de casa y mi padre me pegó la bronca porque era «para mayores». Y yo me quedé pensando: «¿pero eso no es para las pelis…?» Seguro que ni lo entendí. Lo tendré que releer a ver de qué iba la vaina…

8. ¿Te gusta ir al teatro? ¿Y leer teatro?

Me ENCANTA el teatro. Me fascina tener a los actores representando una historia en directo para mí. Me da igual que sea Eurípides, Wilde, Lope de Vega o Luis Felipe Blasco.

Leer teatro también me gusta mucho (me lo represento a mí misma en mi cabeza y pongo voces y todo).

9. ¿Lees con frecuencia libros que no sean literatura (filosofía, divulgación, biografías, guías de viaje, comics…)?

Leo muchos ensayos y comics, bueno, más bien novela gráfica de temática adulta (no necesariamente sexual, eh?).

10. ¿Prefieres comprar libros o aprovecharte de las bibliotecas? ¿Te gusta curiosear en los mercadillos de libros (Feria del libro, libreros antiguos y de viejo…)?

Carnet de la biblio desde los 11 años… Me encanta pasear entre las estaterías y encontrar «joyitas ocultas». Eso sí, soy de las que siempre se retrasan con la fecha de devolución, un desastre…

Los mercadillos también me gustan, pero no los frecuento por pereza.

11. Cuando acabas un libro, ¿cuánto tardas en empezar otro? ¿Lees puntualmente o siempre tienes un libro entre manos?

Pues ahora tardo lo que se tarda en pulsar dos botones, es lo que tiene el e-book… Sí, siempre tengo un libro entre manos: ahora mismo «El lobo estepario» de Herman Hesse, que por cierto me está costando un poco meterme, y eso que a veces me siento superidentificada, oye.

12. ¿Has escrito alguna vez algo que consideres literatura? ¿De hacerlo, tendrías algún género al que te inclinases más?

Lo que me gusta escribir es el artículo periodístico, por eso lo del blog. A lo que más me podría aproximar es al ensayo. La novela no es para mí, me dan pena los personajes y no me gusta meterlos en situaciones desagradables.

13. ¿Qué libro deseas leer y jamás lo has hecho?

«El Ulysses«, de Joyce. Pero todavía no estoy preparada. Tal vez nunca lo estaré…

14. Un best seller que no tengo el más mínimo interés en leer

Pues ya no me atrevo a decir de este libro no leeré, porque yo despotricaba de «Los pilares de la tierra» de Follet, y resulta que me pillé una enganchada con él este invierno que no dormía por seguir leyendo, así que…

15. Un libro que nunca terminaré

Pues a este paso «La Biblia», porque además de largo, tiene partes que son un auténtico tostón (otras están muy bien, que conste).

16. Un libro infumable

Oye, pues no termino de caer en ninguno… Debe de ser porque me parece tan meritorio escribir algo de principio a fin y que encima te lo publiquen, que me cuesta mucho criticarlo…

No sé, el caso es que películas infumables puedo nombrar cientos….

17. Un libro que me sorprendió

Todo el rollo de los Crepúsculos me ha dejado muerta. Todos los libros de la saga son superadictivos y me hubiera encantado escribirlos a mí (y ser millonaria ahora, claro).
Si por una extraña razón te interesa saber más sobre lo que leo, haz click aquí.

Mientras él escriba, leeremos buenas novelas


Si alguna vez había tenido alguna reticencia hacia el autor de «Cujo» («escritor de Best Sellers», «del terror y la ciencia ficción no puede salir nada serio», «escribe libros como si fabricara Ford Ts»), ahora me declaro ferviente admiradora de uno de los novelistas más grandes que ha dado esta época de entre siglos en que vivimos.

Stephen King es a la literatura lo que Hitchcok al cine: son autores que buscan la satisfacción del gran público y que además ¡lo consiguen! Sus obras son comerciales y poco pretenciosas, pero además tienen destellos de genialidad y la suficiente carga de profundidad para enganchar a audiencias más exigentes, siempre que estas estén libres de prejuicios.

Con «La torre oscura», su proyecto más ambicioso, King nos arrastra a un mundo salido de la imaginación de una mente híbrida entre Tolkien y Sergio Leone, y desde ese momento hace que la búsqueda de Roland también sea nuestra, y que el hombre de negro, sea también nuestro némesis.

Pero lo que de verdad me ha dejado boquiabierta es su ensayo «On Writing (Mientras escribo)». Impresiona (quizá por ser la primera vez que «oía» su verdadera voz sin el filtro de un personaje y una historia) la sencillez y claridad con la que explica sus argumentos y el compromiso que demuestra con toda una vida dedicada a contar historias.

Todo ello unido a su habitual sentido del humor lleno de ironía, hace que la lectura de esta clase magistral sobre el oficio del novelista y el difícil proceso creativo sea un auténtico placer.

Me gustó especialmente su definición de la escritura como un intercambio de mensajes telepáticos con el lector a través del tiempo y la distancia. Lo convierte en un acto muy íntimo con otra persona que puede llegar a adquirir cierto grado de «magia» cuando se consigue transmitir una emoción. Es por esto que leemos… y que escribimos.

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¡Larga vida a King!

Nunca me había considerado fan de Stephen King, aunque sí había leído (y disfrutado mucho) algunas de sus novelas: con «El misterio de Salem’s Lot» me pasé el verano del ’93 durmiendo con la persiana bajada (si bien es cierto que mi filia/fobia por los vampiros viene de antiguo).

«Needful Things » (el título en español es «La tienda», pero los que lo hayáis leído estaréis de acuerdo en que es mucho peor) me pareció escalofriante, pero más que por cualquier fuerza sobrenatural, por el propio egoísmo del ser humano en su sentido más material y por cómo demuestra que somos esclavos de lo que poseemos (no sé si King pretendía reflejar esto, pero ya sabéis que la literatura finalmente no es de quien escribe sino de quien la lee, y bla, bla, bla…).
Tanto «La mitad oscura» como sus recopilaciones de relatos más breves, esos de «después de media noche» me resultaron tan intrigantes como entretenidas y siempre impregnadas de ese ambiente tan reconocible, tan Castle Rock, que hace que te sientas como en casa (suponiendo que tu casa se encuentre en una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra en la que todos sus habitantes ocultan algún inconfesable secreto y los extraterrestres/vampiros/infraseres por determinar acechan a la vuelta de cada página).

La Stephen King’s experiencience no se reduce solo a la lectura, ya que como sabéis, su obra se ha colado en las salas de cine/videoclubs/teles/e-mules varios, muchas veces con más pena que gloria:

De las adaptaciones que conozco, las que más me gustan son, y no necesariamente en ese orden: «Carrie», «El resplandor», «La zona muerta», «Misery», «Dolores Claiborne» («Eclipse Total») y «La milla verde» (la mayor parte del resto se podrían describir utilizando un abanico de calificativos que abarcan desde «simplemente malas» hasta «menuda labia el productor que haya conseguido llevar a cabo tamaña bazofia inmunda», incluyendo «La rebelión de las máquinas», dirigida por el propio King, que ya hay que tener cuajo…
Sin embargo una de sus adaptaciones no es que me guste, sino que es una de nuestras pelis de culto en casa. Se trata de la conversión del relato «The body» en la película «Stand by me» (Cuenta conmigo), de Rob Reiner. Una nostálgica historia sobre el final de la infancia con un casting muy ochentil (se estrenó en 1986, curiosamente el mismo año en que King perpetró «La rebelión de las máquinas») que incluía a uno de «los dos Corey» (el que sigue vivo) y uno de los Phoenix (el que está muerto).
Decía que nunca me había considerado fan de Stephen King, pero la recomendación de un amigo al que nunca estaré lo bastante agradecida, lo ha cambiado todo. Pero eso os lo cuento más tarde porque esto me está quedando un poco largo…
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