De pelo y pluma (¿Cuchara o tenedor?)

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El viernes se estrenó el último montaje de la compañía Tenemos Gato, una comedia integrada en la 8ª edición de Visible Madrid, el Festival Internacional  de cultura LGTB de COGAM FELGTB (al final casi se acaba antes diciendo “lesbianas, gays, transexuales y bisexuales”, pero en fin…).

En este nuevo monólogo, complementario (y simétrico) al que estrenaron en enero (“A bombo y platillo”), vuelven a jugar con las apariencias  a y  diseccionar (más bien desenroscar) ese gran tumor de hoy día (y de ayer, y de siempre, porque quizá sea consustancial al ser humano) que es la hipocresía.

En este caso es Homero Rodríguez quien se encierra con los seis miuras en un soliloquio de una hora de duración en la que ha de meterse en la piel del popular e histriónico colaborador de uno de esos programas que se hacen llamar “del corazón” pero que más parecen de los intestinos.

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“Marica mala yo? Eso es un mito…”

Mejor no contar mucho para no destripar (coño ya con el aparato digestivo…), pero de esta compañía ya sabéis (y si no os lo cuento yo) lo que podéis esperar: ironía (de la fina y de la  sangrante), crítica a todo lo que se ponga por delante (esta vez la tele-carroña no se va de rositas y el esperpéntico retrato en realidad es un espejo que yo hasta creo que se queda corto comparado con la mierda con la que nos salpican las pantallas todos los días durante cuatro horas a piñón fijo –que se dice pronto-), inteligencia (pero sin presumir…), ese hilar fino pero como si no costara que empiezo a pensar que es cosa de los andaluces (los mesetarios somos más graves a la par que evidentes) y humor, sobre todo mucho humor para pasar un buen rato de teatro.

Una comedia para gays y straights que vayan a disfrutarla dejándose fuera la mochila de lo políticamente correcto, haya sido ésta cargada desde Chueca o desde cualquier otro barrio del mundo.

Muchas ganas de ver el montaje de ambas obras unidas: me da en la nariz que va a ser algo muy gordo: un proyecto sumamente original que no va a dar un respiro a los espectadores (espero estar a la altura!).

Si después de leer esto os ha picado la curiosidad, estáis de suerte: “De pelo y pluma” estará este fin de semana (viernes y sábado) en la Sala Triángulo de Madrid. Entradas con descuento, aquí. [Llegad a tiempo y pegar la oreja al programa de radio que se emite justo antes de la función porque también es memorable!]

A bombo y platillo (¿Cuchara o tenedor?)

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La compañía teatral tenemos gato lo ha vuelto a hacer: tras “La naranja completa” y “…y estoy guapa”, con el primero de los dos monólogos independientes que forman su nuevo montaje, “¿Cuchara o tenedor?”, nos han vuelto a hacer reír (con ganas), pensar (sin condicionar) , disfrutar (de lo lindo)…

Según sus propias palabras, en este proyecto pretenden “profundizar en los prejuicios que imperan en nuestra sociedad dándoles una vuelta de tuerca”. Y es cierto que lo hacen a su manera, como siempre, provocando que la risa sirva de catalizador para que durante la función y después, al salir de la sala, sigamos reflexionando sobre esos grandes males que siguen pervirtiendo nuestra aparentemente democrática sociedad moderna. Xenofobia, homofobia y desigualdad siguen presentes aunque la corrección política imperante los disfrace, haciendo todavía más hipócrita nuestra actitud.

Cristina Rojas

Durante una hora de monólogo, Cristina Rojas se mete en la piel de una lideresa (es que me ha encantao!) política que se tendrá que enfrentar a las contradicciones entre su ideología y su vida real, algo con lo que tenemos que convivir todos en el día a día: cuán a menudo nos tenemos que tragar en seco todos esos inmutables principios que nos llenan la boca…!

En lo que me parece un esfuerzo interpretativo destacable, Rojas (que siempre me ha gustado muchísimo pero que da gusto ver la evolución que tiene y como se va convirtiendo en una actriz con cada vez más y más matices) asume diferentes registros, encarnando un personaje poliédrico y real, muy humano, con el que nos identificaremos todos y sobre todo las mujeres. La femineidad cobra en esta obra especial protagonismo, si bien siempre Blasco Vilches, a la sazón autor de la compañía –que además se estrena oficialmente en la dirección-, nos ha sorprendido con su profundo -e inquietante ;p- conocimiento del comportamiento de las mujeres.

Cristina Rojas muy sincera! XDD

El papel que desempeñamos las tías en la sociedad hoy día, el esfuerzo por compaginar la ambición y el éxito profesional con determinados aspectos de nuestra idiosincrasia que, para bien o para mal, están en nuestro ADN (o más bien en nuestros cromosomas XX), nos reflejan en la protagonista como en un espejo. Si acudís a ver la obra sin duda identificaréis a una jefa, amiga, colega o a vosotras mismas: porque todavía tenemos que ser perfectas para poder estar a la altura de los hombres, a los que con mucha frecuencia les sobra con una complaciente mediocridad para medrar en la política o en el mundo empresarial, que vienen a ser lo mismo.

Parece ser que en esta ocasión hay mucha más improvisación que en otros montajes, lo que le da una naturalidad y frescura aún mayor a una hora de teatro que se hace corta y que me dejó con ganas de más. Afortunadamente está previsto que en primavera se estrene el segundo monólogo de “¿Cuchara o tenedor?”, que tendrá por título “De pelo y pluma” y en el que podremos disfrutar del tercer miembro de la compañía, el actor Homero Rodríguez Soriano.

“A bombo y platillo” estará en cártel todos los viernes y sábados desde anoche (que fue su estreno) y hasta el sábado 4 de febrero en la Sala Triángulo de Madrid, en la calle Zurita, 20 (Metro Lavapiés). Las entradas cuestan 13€ pero las podéis reservar al modiquérrimo precio de 9€ (aunque, ¿qué significa el dinero cuando hablamos del alimento del espíritu?) reservándolas aquí.

Monidala en la Ópera



Sí amigos, en un alarde de sibaritismo cultural y exclusividad sin precedentes en nuestras proletarias existencias, hemos estado en el Real «disfrutando» del bel canto. Dejadme que os cuente porque la cosa tiene guasa…


Andaba yo desde antiguo queriendo ir alguna vez a la Ópera que, aunque no estoy muy puesta, sí sé que la música de «La Traviata» me embriaga (el que entienda de historias de «perdidas» pillará la referencia) y disfruto como la que más de una buena opereta española (zarzuela para los amigos). Por un razón (pereza) u otra (pensar que el tema resulta más caro que un Birkin), nunca había hecho un intento serio de comprar entradas, pero una de esas mañanas en las que me sentía especialmente osada, me metí en la página del Teatro Real.

Confirmadas mis sospechas de que las entradas «buenas» cuestan la friolera de 164 eurípides del ala (294 si eres tan chulito como para querer ver la obra el día de su estreno), también quedo gratamente sorprendida cuando veo que, en función del tipo de localidad, las entradas van bajando de precio hasta unos más que asequibles 6 €. Y me digo: «Monidala (sí, yo ya hablo de mí en tercera persona como los chalaos, pero sólo cuando redacto para el blog, porque entro como en un trance ridículo y después me quedo como si tal cosa conservando mi dignidad y todo), a ver si por 6 € no vas a ir tú a la ópera, ¡faltaría más!».

Me pongo manos a la obra y decido que voy a probar suerte con «The Turn of the Screw» («Otra vuelta de tuerca», compuesta en 1954 por Benjamin Britten y con libreto de Myfanwy Piper), que era la próxima en la programación, es en inglés, y además basada en la conocida obra de Henry James que casualmente había leído este verano. Como quería ir en un día no laborable, resulta que entradas baratas quedaban pocas, y como no conozco el teatro le pido al sistema de reservas (a través de una opción habilitada al efecto, que todavía mis superpoderes, aunque no os lo creáis, no alcanzan a la comunicación mente-máquina) que escoja por mí las mejores localidades disponibles. En fiándome de la maquinola, las adquiero sin remilgos haciendo uso de mi maltrecha tarjeta de crédito.


Cuando por fin sale la descripción de la opción elegida (una vez realizada la compra), leo lo siguiente: Pupitre de Tribuna Extremo (lo de «tribuna» no suena mal, pero lo de «extremo» no auguraba nada bueno y sobre lo de «pupitre» no sabía ni qué pensar) y para rematar la jugada, el detalle añadía esta frase desasosegante hasta la paranoia: Visibilidad muy reducida o nula… (WTF??).

Entonces me percato de que hay un botoncico que te permite comprobar la visibilidad virtual de tu butaca, cosa que la gente de mundo suele hacer antes de adquirir las entradas y no cuando ya las has pagado (y sin haberme dado cuenta de la hijoputesca leyenda de «No se admiten devoluciones»), incluyendo los abusivos gastos de gestión (vamos, que al final la broma me salío por 17 €) y supuestamente para ver esto:


No me digáis que no es para llamar a los responsables del Teatro (y hasta a la Ministra de Cultura si se tercia) descendientes bastardos de las meretrices de Babilonia...

Imaginaos mi decepción al pensar que iba a ver la ópera sólo por el ángulo superior izquierdo del escenario, y a algo así como a 13.000 metros de altura (que ya me empezaba a preguntar si la silla -porque no era ni una butaca- tendría cabina de despresurizacion). Y lo que faltaba para el duro: mi acompañante no iba a ser otro que el insigne y «sufrido» Hombre Tecnológico; sí, ese ser humano que en las exposiciones de arte contemporáneo se queda mirando las piezas con una cara mezcla de incredulidad e impaciencia para afirmar: «Pues yo a esto no le pillo el hilo….».

Investigando un poco descubro que, efectivamente, al restaurar el Teatro sobre el edificio existente, se tuvieron que mantener las localidades con visibilidad reducida que tenía en su versión original, y que para mi sorpresa, no son pocas. Entre eso, y que hay abonados de por vida que tienen derecho privilegiado a adquirir entradas en cada representación, resulta que quedan muy pocas opciones para que el común de los corrientes disfrute de la música clásica, al menos en la Plaza de Oriente.


Nosotros viendo la ópera en escorzo y el palco real vacío: ¡Un desalojo, otra okupación!

Estuve a punto de no acudir a la función, pero dijimos que bueno, que a lo mejor merecía la pena «escuchar» y si nos rayábamos de no ver nada, nos iríamos en el descanso. Entramos en el Teatro y la verdad es que es precioso y muy espectacular. Empezamos a subir y subir escaleras hasta llegar a la cuarta planta, y una vez allí, todavía tuvimos que subir más hasta nuestros maravillosos Pupitres de Tribuna Extrema. Entonces lo entendimos: resulta que los asientos son como los de la Facultad (pero en versión mullida) y tienen una mesita para coger apuntes, y hasta una lamparita hay, que la descubrimos por un listillo que llegó y la encendió y todavía no sé para qué. Se ve que son entradas para estudiantes (y añado: incautos sin experiencia o jubilados con poca paga, que éramos las categorías que allí habíamos).

Menos mal que al sentarnos descubrimos que la vista virtual que os he mostrado era lo que se veía recostado en el asiento, pero que si te inclinabas sobre el pupitre (dejando la zona lumbar expuesta a los depredadores), se veía bastante más trozo de escenario, algo así como hasta la mitad. Además es cierto que hay unas pantallas desde las que se puede ver también la obra y los subtítulos se leían perfectamente. Cuando muy puntualmente se apagaron las luces, y como no se habían llenado el resto de asientos, pudimos «mejorar» sentándonos más centrado y al final se puede decir que «vimos» la ópera, aunque era digno de ver como todo el mundo se inclinaba tanto para poder tener más perspectiva del escenario que parecía que algunos se iban a caer al patio de butacas…

Por lo que respecta a «The Turn of the Screw», no es como para hacer afición (vamos, que no es «La Revoltosa», precisamente…): para empezar es una ópera de cámara, es decir, que está interpretada por menos músicos que una tradicional, lo que la hace menos espectacular; además, la obra de la que procede es bastante oscura (bueno, ya sabéis, es una historia victoriana de fantasmas…) y la composición musical también va en esa onda; sólo tiene seis personajes (aunque uno de ellos es un niño y eso me pareció interesante); y la escenografía era bastante escueta: una cama, una mesa, un escritorio, un caballo de juguete que iban siendo trasladados por el escenario en función de las necesidades por los figurantes.

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Las institutrices victorianas tenían todas un rictus como de virgen y los niños les cantaban «a la lima y al limón, te vas a quedar soltera».



La ópera es tan o más inquietante que la novela, y juega a la ambigüedad como su predecesora: para los que no la conozcáis, no es ningún spoiler decir que se trata de la historia de una institutriz (cuyo nombre no se menciona en toda la obra) que entra a trabajar en la mansión de Bly donde tiene a su cargo a dos niños huérfanos (Miles y Flora) cuyo tutor la contrató, aunque él no habita en la casa. Todo es idílico ya que los niños son encantadores, hasta que la institutriz comienza a presenciar las apariciones de dos antiguos sirvientes de la casa, nada raro si no fuera porque están ya fallecidos.

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Aquí Quint, el fantasma de Bly y un molesta niños sin remedio, aquí unos lectores de blog.

La ambigüedad se da en dos vertientes: en si las apariciones son reales o fruto de la imaginación de la institutriz (aunque si en el obra original sólo escuchamos «la voz» de la protagonista, en la ópera también cantan los fantasmas) y en el pasado turbio de los criados muertos y su perturbadora relación con los niños (al no especificarse nada claramente, hace que nos pongamos en lo peor…)

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La srta. Jessel, antigua institutriz, alma en pena por no morirse virgen como está mandado.

El final es verdaderamente emocionante y los cantantes (sobre todo la protagonista) fueron muy aplaudidos (hasta «bravo» gritaban algunos…).

Conclusión: Que pienso volver a ver algo más típico, por ejemplo «Tosca», que también está programada, pero cogeré (si puedo) asientos más centrados aunque sea más caro. Ante esto el Hombre Tecnológico exclamó: ¡Conmigo no cuentes!

“La naranja completa”: vitamina C (de comedia) en vena para empezar el otoño

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“Lo bueno de las tías de treinta es que cuando quieren follarse a un tío no lo disimulan. Lo malo es que siempre tienen la esperanza de que ese tío se convierta en su novio.”

El jueves tuve la suerte de volver a ver “La naranja completa” en su flamante reestreno en el Pequeño Teatro Gran Vía ¡y me volví a reír como la primera vez!

[En realidad me reí más (y con más ganas), porque la primera vez su humor sin complejos que trata el sexo de la forma más natural me pilló un poco desprevenida (y eso que ya había visto otra obra de su autor) y tardé unas cuantas escenas en dejarme llevar y carcajearme sin pudor de cosas de las que, cuando te ríes, demuestras que las has vivido (sí, ¿qué pasa? yo también tengo mis inhibiciones…)]



Cuando comenté “…y estoy guapa”, ya os adelantaba este acontecimiento tan esperado tras el periplo que ha seguido la obra desde su preestreno hace ya dos años a través de muchas provincias españolas (y parte del extranjero, y no es coña que la han representado en Buenos Aires), donde ha tenido una acogida buenísima, y os contaba que “La naranja completa” era la segunda parte de una trilogía de obras escrita por Luis Felipe Blasco Vilches.

Qué cuenta: En la línea habitual de la compañía Tenemos gato, en el escenario tenemos sólo dos personajes (Él –Homero Rodríguez Soriano– y Ella – Cristina Rojas-). Treintañeros solteros heterosexuales del siglo XXI que se debaten, a mi modo de ver, entre el instinto de reproducción que les lleva a plantearse la necesidad de una pareja estable (sí, hasta los tíos tenéis de eso, lo que pasa es que lo llamáis “sentar la cabeza”) y el de supervivencia, que les hace huir de ello con todas sus ganas (y quién les puede culpar, sobre todo teniendo en cuenta determinados momentos de la azarosa vida conyugal…)

Mientras tanto, lo que sí que tienen clarísimo es que quieren disfrutar de su cuerpo (o sea, follar como locos) y para ello no les queda más remedio que interactuar con esos seres desconocidos (o demasiado conocidos) a los que denominamos “el sexo opuesto”.


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Cómo lo cuenta: En una línea de comedia muy ácida, en determinados momentos con pinceladas sangrantes (la relación que, ya como adultos, mantenemos con nuestros padres; los fracasos que cargamos a cuestas a modo de mochila existencial; un futuro, todavía incierto; el miedo a envejecer…), nos colamos en unas cuantas horas de la vida de dos de estos jóvenes maduros durante las que se fragua el comienzo de una relación (que puede ser un one off –polvo de una noche- o que puede ir más allá, en principio no lo sabemos como no lo sabemos nunca en la vida).

A través de unos flashbacks muy logrados conoceremos sus antecedentes (con los que nos sentiremos, tanto nosotras como ellos, identificados sin remedio) y entenderemos mejor sus reacciones (con las que nos reiremos por ser también propias).

Me sorprende cómo con una escenografía tan sencilla y prácticamente sin atrezo (hay que ver lo que da de sí un delantal…) nos pueden meter tan bien en situación (bueno, esto es marca de la casa), pero una de las cosas que más me gusta es cómo se lo montan (y nunca mejor dicho) para representar el sexo. Un desternillante polvo radiado que hace las delicias del público (las carcajadas eran clamorosas) y que es uno de los mayores alicientes de la función.


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Al volver a vivir la experiencia de “La naranja” me ha parecido que la obra está más madura y sus actores han ganado en seguridad (el saber que el material que manejas funciona debe de ser un gustazo) . Quizá por conocerla ya he podido dedicar más tiempo a fijarme en las interpretaciones, sobre todo en los momentos en que un actor está en segundo plano mientras su compañero dice su texto y he disfrutado muchísimo. Se intuye ahí el buen trabajo de dirección, que en este montaje corre a cargo de Juan Alberto Salvatierra.

Si en mi post sobre “…y estoy guapa” os comentaba lo mucho que me emocionó el trabajo de Cristina Rojas, el jueves fue Homero Rodríguez el que me “sedujo”. No me malinterpretéis, que Cristina está esplendida y no hay que perderse ni el más pequeño de sus gestos (aunque mi momento favorito es el de la pseudo intelectual amante del cunnilingus), pero Homero tiene en “La naranja” una presencia escénica brutal y una vis cómica de lo más refrescante.


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Recomendar “La naranja” es muy fácil porque es un valor seguro. Sé que todos los que vayáis a verla me lo vais a agradecer, y me encantaría que además lo comentéis y se la recomendéis a otros amigos que, deseándoles lo mejor, queráis que pasen un rato tan bueno como el que pasé yo el jueves. Y es que cerca de una hora de risas compartidas tiene que alargar la vida, a mí no me digáis…

“La naranja completa” se hospeda en el Pequeño Teatro Gran Vía (dentro del Teatro Compac) en Gran Vía, 66 (Madrid) hasta el 31 de octubre.

Consulta de horarios y compra de entradas.

Os dejo con el “Me cago en el amor” de Manu Chao y Tonino Carotone para que lo escuchéis mientras compráis las entradas y planeáis una noche divertida a la par que interesante.

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No, yo no (bueno, yo tampoco estoy mal, ¿eh?), pero no se trata de que de repente mi autoestima haya alcanzado límites históricos, sino del título de la última obra del insigne dramaturgo (a mí me gusta más escritor de comedias, como Lope, porque dramaturgo suena a octogenario y como que no me pega), humorista, guionista, letrista, marionetista (todo pega con artista) y diseñador de videojuegos (sí, sí, el Hombre Tecnológico no es único en su especie), Luis Felipe Blasco Vilches. Seguro que me he dejado algo, porque en este caso el término multidisciplinar se nos queda un poco corto (¿pandisciplinar? bueno, tampoco nos pasemos…)

El montaje de «…y estoy guapa» nos llega por obra y gracia de la compañía teatral Tenemos gato, formada por el propio Blasco Vilches y los actores Cristina Rojas y Homero Rodríguez, cuyo propósito, según sus propias palabras, «es hacer teatro para que la gente sea feliz». Anoche yo desde luego lo fui (y creo que las otras cerca de 80 personas que presenciaron el preestreno también, pero quién soy yo para hablar en su nombre).

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La función la dirige Julio Fraga, un profesional con más de 40 espectáculos a sus espaldas y un currículum que no me cabe en este post, por lo que os recomiendo su página web, la que además ha tenido el exquisito gusto de ambientar con la maravillosa «Yumeji’s Theme», composición del recientemente fallecido Shigeru Umebayashi para la película de Wong Kar Wai «In the mood for love» (si os digo que sale en un anuncio de El Corte Inglés acabaríamos antes, pero entonces no sería yo).

Decir que la obra me gustó, sería como decir que la tortilla de patata de mi madre «quita el hambre». Quienes me conocen bien saben que mi capacidad crítica se encuentra situada en algún lugar de mi mal organizado cerebro que conecta directamente con el lagrimal, por lo que si una pieza artística de la disciplina que sea está tocando mi fibra sensible, no puedo evitar las lágrimas. Así tengo mi propia clasificación en función de cuanto me haya gustado, y a «…y estoy guapa» le concedo 4 kleenex (y no le doy 5 porque en el teatro da mucha vergüenza llorar y me tuve que contener en muchos momentos).

Los que hemos visto los anteriores montajes de la compañía vemos una clara evolución tanto en la temática como en la madurez de sus trabajos, aunque siempre desde ese estilo que mi querida Susan y yo llamamos «binólogos» y que cada vez más y más se intercalan y superponen de una forma que enfatiza al mensaje de los personajes:

«Con problemas de doblaje» era una comedia disparatada (interpretada por el propio autor con Cristina Rojas) sobre las primeras relaciones sexuales y sentimentales en la juventud con un montaje plagado de todos los recursos teatrales imaginables (marionetas, voces pregrabadas, sombras chinescas, creo recordar…?).

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En «La naranja completa» los personajes ya estaban atisbando la madurez y sus relaciones se volvían más complejas, el montaje más sobrio, más depurado, pero el género seguía siendo la comedia pura y dura (y nunca mejor dicho porque estaba plagada de chistes «de los que joden» con los que muchas veces no puedes evitar sentirte identificado, quizá demasiado…)

En «…y estoy guapa» ya no hay lugar para correr por el escenario con un plátano en la mano. La vida ya ha dado cuenta de unos personajes que, sin perder la comicidad (divertidísima, el momento «lista de la compra» es muy brillante y como en casi todas sus obras, de un conocimiento de la realidad femenina, por no decir de lo brujas que podemos llegar a ser, que asusta), tienen un poso de desengaño y amargura como el que tenemos (en determinados momentos, claro) los que ya le hemos visto las orejas al lobo. La pérdida de la inocencia, el olvido de los sueños de juventud, la rutina como antídoto para el romanticismo… Todo ello está plasmado con una gran sensibilidad que proporciona una experiencia muy conmovedora. Y sin embargo el mensaje de la obra, es optimista, es decir, que la vida, mientras se te escurre, hay que vivirla.


Homero Rodríguez y Cristina Rojas están estupendos. Y además son grandes actores ;p (se nota bastante el rodaje de la gira de «La naranja»). Homero está entrañablemente genial como ese «hombre corriente», aparentemente insensible pero muy sufrido y que dice las cosas como son.

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Y sobre Cristina, qué os voy a decir… Me encanta, es de una expresividad asombrosa (el «momento insomnio» es de traca), tiene una capacidad infinita para emocionar («no os asustéis que esto no es teatro interactivo», pero dan ganas de bajar al escenario a darle un abrazo, y lo haría si no fuera porque entones parecería una fan enloquecida de la Pantoja), canta y baila con una gracia tremenda,,, Qué más se puede pedir.

En resumen, es una función preciosa para reírse a gusto y emocionarse, llorar (opcional) y quedarse más a gusto todavía. Si tenéis la oportunidad no os la perdáis, aunque si la vida es justa, las cuatro representaciones del preestreno van a estar seguidas de una larga gira y de un reestreno por todo lo alto como con «La naranja». “Dios mediante”.

«…y estoy guapa» estará en la sala Tarambana de Madrid a las 21:00 horas todos los miércoles de septiembre. La entrada cuesta 8€ y os recomiendo que reservéis porque lo va a petar!!!

«La naranja completa» se reestrena el 23 de septiembre en el Pequeño Teatro de la Gran Vía, y si un Armagedón no lo impide, estaré allí para contarlo.
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