
El otro día me preguntaba mi mejor amiga, llamémosla Miranda, por qué algunas personas tienen tantas caras, y algunas tan dañinas. Estábamos hablando de hombres, cómo no… Pero no de todos, claro: sólo de los que nos gustan.
Y de todos los hombres poliédricos, llenos de pliegues en los que se ocultan infiernos que albergan paraísos, y Dios sabe que los hay a paletadas, Santi Balmes es el rey del reverso tenebroso.
Como no hay masoquista que no sea sádico, a casi todos (no sólo a las mujeres, eso sería una reducción simplista que no me pienso permitir) nos encanta que nos flagele alguien que a su vez se tortura con saña. Es el guilty pleasure elevado al éxtasis. Desde ese lugar terroríficamente gozoso nacen muchas de las canciones de Love of Lesbian, y más las que recopilan en su nuevo espectáculo autobiográfico, dulce y cruel.
Yo voy más de otro palo. A mí cuando la cosa pinta en bastos, lo que me pide el cuerpo es revestirme de frivolidad como si fuera amianto, echarme a la pista y hacer del mundo un lugar más bello a base de convulsiones frenéticas de toda índole. Eso y que nos nombren hombre objeto. Cada uno es cada uno. Porque lo de quedarse en casa pretendiendo apurar cielos a lo Segismundo, cada vez me da mas pereza. Vamos, que estoy ya muy mayor…
Por eso y porque parece ser que, musicalmente hablando y según mi otra mejor amiga, llamémosle Samantha (Samantha siempre será Samantha, querido, por mucho Smith Jerrod que se le cruce), soy muy tío. Sí, digamos que no me va mucho la moñada sentimental aunque sea en formato hipster. Va a ser que, como dice Francisca Valenzuela, tengo un buen rabo.
Así que si me das elegir entre tú y la gloria, me quedo con el Poder de la Tijera, de todas-todas. Lo que pasa es que después de aquella noche de verano sansebasteño, de tanto saltar y cantar y gritar y pedir hijos suyos, me quedaron ganas de más. Es lo que pasa con esta clase de hombres, que siempre quieres repetir, y ahí es donde viene el martirio. Porque una cosa es el misterio, y otra ir pidiendo a gritos un exorcismo, hombre… Pero en fin, como no aprendo, allá que me fui a hacer terapia, a expurgar demonios, a abrirme en canal, como dice aquella… Todo muy boreal.
Para cuando llegó «Cuestiones de familia» yo ya lloraba a cántaros. Es lo que tiene ir de dura, y de chulita, y de mujer fatal (fatal de lo suyo, será…), que luego te sale el lado del melodrama y el preguntarse para cuándo William Wyler te va a planificar una secuencia subiendo a lágrima viva por una escalera, con su grúa y con su todo. En fin, que para qué os voy a contar.
De todas formas el espíritu crítico no se me fue con los mocos y tengo que decir que el venue para el evento no era el más apropiado: para que el desolle hubiera sido fetén habría hecho falta un lugar más íntimo, como aquel que escogieron Standstill para su «Rooom». En una plaza de toros no pega estar sentado, vamos, eso te lo diría el tendido 7 de las Ventas, que son lo que entienden. Y entre eso y unos seguratas que parecían la guardia pretoriana romana y teníamos que fumar a escondidas, yo es que me sentía como si estuviéramos en una excursión de las Escolapias. Sólo me faltaba el uniforme, ¡coño!
Fueraparte todo eso, ver a mi significant other (ya, ya sé que esto se usa para los novios, pero permitidme esa licencia porque los novios vienen y van, pero hay cosas que son para siempre) emocionado por escuchar por primera vez sus «Universos Infinitos» en directo, es algo que no tiene precio. O bailar un tango con él y con John Boy, que son cosas que una todavía no había hecho (y ¿no va de eso la vida al fin y al cabo?).
Y por supuesto, volvernos locas a costa del «Manifiesto Delirista», temazo que mantiene mi esperanza porque Balmes y los suyos sigan dándome lo que me gusta: canciones que me sirvan para explosionar y seguir siendo la antena humana del descontrol.
Mientras tanto, no olvidéis que nadie es todo y nada a la vez, así que no dejéis de empujar el horizonte a vuestros pies. Que yo seguiré quemándome en incendios de nieve y calor…
Para tí: por que tú matarías monstruos por mí, pero por ti yo sería una mezcla de beata y ramera.