Synecdoche, New York (2008, Charlie Kaufman)

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Mira Charlie, ya sabes que no soy especialmente objetiva cuando hablo de ti. He predicado tu palabra sin descanso desde “Being John Malkovich” (obviando deliberadamente, por supuesto, esa gilipollez de “Human Nature”, no sé en qué estarías pensando…); perdí mi copia de “Adaptation” por prestarla, tal era el afán por que todos conocieran a la nueva Meryl que tú escribiste y como redefiniste el concepto de giro argumental; en 2004 me cambiaste la vida, literalmente, y no me verás exigirte que me devuelvas el presente alternativo que me hubiera correspondido de no haber visto en aquel preciso momento “Eternal Sunshine of the Spotless Mind”…

Pero ahora, francamente, no sé que decirte. Quizá el momento lo es todo, es posible que haber elegido este día para ver tu película haya sido un error: demasiadas capas protectoras me mantienen en modo bulletproof soul (y cuando digo esto no puedo evitar pensar en Sade haciendo jogging por las calles de Londres con la africana gracilidad de una gacela), y menos mal, porque la historia de este director teatral obsesionado por crear una massive play y con su propia (y tan carente de significado como cualquier otra) existencia es lo más amargo y deprimente que se ha filmado.

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Probablemente ahí radique su mérito, en eso y en, a pesar de todo, contener un sentido del humor patéticamente brutal (carcajadas que salen del rincón más oscuro de la autocompasión). Has creado una puta pesadilla abstracta e interminable y esto lo digo como un cumplido, ni que decir tiene.

Hipocondría, soledad, indecisión, amor frustrado, anticlimax, la futilidad del psicoanálisis, la paternidad como estigma, el teatro dentro del teatro: vida y muerte… hasta la catarsis en alemán…todo está en ella. La elipsis a través de la que se narra el paso del tiempo se adueña de una historia realmente disfuncional (los demás a su lado somos girl scouts vendiendo galletitas…) para contar la parte por el todo.

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Pero no me ha conmovido. Ni una sólo vez he sentido que una carga de emoción insuperable inundaba mi alma y hacía estremecer mi corazón atenazando mi garganta hasta salir por mis ojos en forma de lágrimas. A lo mejor lo habías diseñado así, pero me queda la sensación de que toda esa intelectualidad anula gran parte de la humanidad de esta historia ante la que he permanecido impasible, en la que no me he sumergido plenamente.

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Si esto fuera una crítica convencional, tocaría hablar del reparto (y mira que tenemos a lo más granado, al núcleo duro de lo que se podría considerar el talento actual hollywoodiense, actores de verdad, no estrellas) o de los méritos técnicos del peli (que los tiene sin duda), pero esto no es una crítica, esto es sólo algo entre tú y yo.

No estoy decepcionada. Es algo peor: estoy fría. Seguiré predicando tu palabra, pero tendré que incluir la advertencia at your own risk.