Al servicio de las damas (Gregory La Cava, 1936)

Al servicio de las damas poster

Es de locura que haya que coger la máquina del tiempo y trasladarse nada menos que al año 1936 para poder congraciarse con el cine, y especialmente con ese género que conjuga comedia y romance.

En el caso de este film de La Cava cuyo título original es “My Man Godfrey”, la comedia sofisticada (sí, otra screwball de las que tanto os hablo últimamente pero sobre las que no me atrevo todavía a profundizar por las terribles lagunas de mi desastroso background cinéfilo) se convierte asombrosamente en una crítica social descarnada. Sí, amigos. Resulta que se puede hablar de la desigualdad social sin recrearse en los aspectos más sórdidos y deprimentes del arrabalismo y todo ello sin salir apenas de los esplendorosos decorados de la burguesía neoyorquina y sin aburrir ni un segundo.

Ya desde los ultra modernos (para la época, claro, todo en su contexto…) títulos de crédito en luces de neón que enlazan con el comienzo de la acción en un vertedero de basuras a orillas del East River, lugar improbable para las diletantes hermanas Bullock que han llegado hasta allí a la caza de un mendigo que les permita ganar el premio de una disparatada gincana para ricachos vacuos y casquivanos (hay que recuperar términos como este, os insto a uniros a mi cruzada…).

al servicio de las damas créditos

Me diréis que esto lo habéis visto hasta la saciedad, pero os recuerdo que es del ‘36. En España sin ir más lejos empezamos ese año a cagarnos en la democracia y no paramos hasta 1975, así que ni se os ocurra ser condescendientes…

Las hermanitas en cuestión son la fría y sarcástica Cordelia (Gail Patrick, una actriz poco conocida para el gran público porque casi no protagonizó ninguna película pero que era absolutamente formidable haciendo de “la rival” –y a mí no me gustaría cruzármela en una pelea de gatas, francamente…-) y la alocada, romántica e histérica Irene (Carole Lombard, una estrella cuyo brillo no se apaga a pesar de que su fatídica muerte en un accidente de avión nos privara de ella cuando contaba sólo 33 años de edad y se encontraba en lo más alto de su carrera; me temo que no sólo Gable enviudó con su fallecimiento, imaginaos lo que significaría la desaparición de una Julia Roberts a día de hoy y os acercaríais a lo que pudo suponer…).

El mendigo en cuestión y el Godfrey del título está encarnado por William Powell, el tipo con menos pinta de vagabundo de la historia de la humanidad (y ex-marido de Lombard, by the way…) y del que muy pronto descubriremos que no es lo que parece y que además es uno de esos señores que una se llevaría a casa. Así lo hace Irene que, sorprendida por su personalidad (su manera de tratar a la impetuosa y arrogante Cordelia es casi una declaración de principios de la lucha de clases) y su clase (valga la “repugnancia”), lo contrata como mayordomo y pretende adoptarlo como “su protegido”.

Patrick, Lombard y Powell

Cordelia y esa mirada capaz de encogerle los huevos a un hombre. Pero lo siento, pequeña, aquí has pinchado en hueso…

En el hogar de los Bullock en la Quinta Avenida podremos disfrutar de lo peorcito de la alta sociedad de esa época en la que la crisis del ‘29 había dejado una desigualdad tan cruel como la que vivimos actualmente: mientras que muchos habitantes de la ciudad subsisten de lo que recogen de las basuras incapaces de encontrar un empleo, los ricos pasan el tiempo en clubs nocturnos haciendo cosas tan productivas como emborracharse y romper escaparates o subir las escaleras de sus mansiones a caballo. Absurdamente caprichosos, ridículamente ignorantes de los problemas de la sociedad más allá de Park Avenue y alimentando a gorrones sin escrúpulos, está familia es el espejo en el que se miran (y en el que deberían seguir mirándose, aunque intenten no darse por aludidos) los privilegiados de este mundo (entre los que, por cierto, nos encontramos sin nos comparamos con gran parte de la población del planeta…).

En aquellos años de Depresión, y como después durante la II Guerra Mundial, se estilaba un cine de evasión en el que la gente pudiera disfrutar del humor y del lujo del que carecían sus vidas. Pero eso no era óbice para que las películas estuvieran cargadas de crítica y tuvieran un poso que perdura a través de las décadas. La sofisticación y la clase la ponían los escenarios, las situaciones disparatadas, los diálogos chispeantes llenos de ironía (pero también de cargas de profundidad: “Lo único que distingue a un hombre de un mendigo es un empleo”.) y el maravilloso vestuario de las protagonistas (aunque en ese sentido os recomiendo otra que he visto hace poco “La pícara puritana (The Awful Thruth)” en la que Irene Dunne luce unos modelos absolutamente fabulosos.

Carole Lombard

Pues no sé cuántos avestruces se habrán sacrificado para confeccionar este salto de cama. Pero espero que cuando dices “irrisorio” en realidad quieras decir “un primor”.

Como película, “Al servicio de las damas” no es que sea recomendable, es que debería ser obligatoria. Es deliciosa e inteligente. Como historia de amor, no me la termino de creer, pero sobre todo por el papel de Lombard, que dista mucho de ser una mujer de verdad y es demasiado niñata e histérica hasta el paroxismo. Me identifico más con su hermana Cordelia, qué se le va a hacer…